Evidencias que desacreditan el mito de que el coronavirus fue creado en un laboratorio

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La enfermedad COVID-19 ha paralizado el mundo y, al momento de escribir este artículo, ya había más 589,000 casos confirmados en más de 160 países. Solo en Estados Unidos, se han diagnosticado más de 101,000 casos, convirtiéndose en el nuevo epicentro de la pandemia.

El acceso a la información y a las redes sociales ha dado paso a que se compartan y propaguen mitos sobre la enfermedad COVID-19 y el origen de su causante, el virus SARS-CoV-2. En estos momentos de tanta tensión e incertidumbre, es importante que la ciencia facilite la información fidedigna ante tantas teorías de conspiración.

Existen varias características importantes del virus que desacreditan la teoría de que fue creado en un laboratorio. En noviembre de 2019, se reportaron los primeros casos del COVID-19 en Wuhan, China, y para finales de enero de 2020, ya se había publicado en una de las revistas científicas de más alta importancia, The New England Journal of Medicine, la composición genética del virus. Son precisamente los estudios detallados de esta secuencia genética los que han brindado evidencia empírica sobre el origen del virus, e indican que no hubo manipulación en un laboratorio.

La primera evidencia, y quizás la más clara, surge de la comparación del material genético del SARS-CoV-2 con otros coronavirus que afectan a los humanos y que han sido previamente estudiados, incluyendo los asociados al síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) y al síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS, por sus siglas en inglés). Se ha descubierto que el material genético del nuevo coronavirus posee unas características que lo diferencian grandemente de los otros coronavirus. Sin embargo, este posee grandes similitudes con virus encontrados en una especie de murciélago y pangolines.

Segundo, dada la manera en cómo los coronavirus infectan el sistema inmunológico humano, se ha podido descartar que el virus que causa COVID-19 haya sido fabricado artificialmente.

El SARS-CoV-2 tiene unas proteínas en su parte externa que parecen espigas y que son utilizadas para interactuar de una manera específica con otras moléculas en la superficie de las células humanas (o de otro animal). Estas proteínas funcionan como una especie de llave que únicamente abriría la puerta de la casa indicada. Ahora, si la interacción de estas proteínas con la célula humana es perfecta, entonces el virus va a poder invadir dicha célula, o para completar la analogía va a poder abrir la puerta y entrar a la casa.

Es por dichas proteínas superficiales con forma de espigas que el virus lleva el nombre de coronavirus, ya que parece como si llevara una corona. Utilizando esas espigas el virus puede entrar a las vías respiratorias, cómo si las espigas fueran la llave y las proteínas en la superficie de las células, la cerradura.

Estudios de las espigas de este virus y las cerraduras en las células humanas demuestran que la interacción entre ellas es altamente inesperada, por lo cual hubiera sido imposible para un científico poder diseñarla, indicando que este coronavirus se pegó en la “lotería evolutiva”.

Por lo tanto, toda la evidencia científica apunta a que el nuevo coronavirus surgió de manera natural y que no fue creado en un laboratorio, ni con intenciones nefastas. El SARS-CoV-2, posiblemente, adquirió nuevas propiedades mientras era transmitido entre varias especies de animales, o por el surgimiento de una nueva mutación que le permitió dar el salto directo al ser humano.

El autor es estudiante doctoral de Ciencias Biomédicas en Memorial Sloan Kettering Cancer Center, Nueva York, y miembro de la red de Ciencia Puerto Rico.

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