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Distanciamiento físico, no social

Imagen de Luis G Montalvo-González
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Publicado originalmente en la sección de Opinión de El Nuevo Día, como parte de la colaboración entre Ciencia Puerto Rico y este periódico.

Por Luis Montalvo González

La nueva norma en Puerto Rico y alrededor del mundo ante el COVID-19 es el distanciamiento social. Sin embargo, distanciarnos socialmente contradice no solo las necesidades básicas del ser humano, sino también nuestras prácticas culturales. Para llevar una vida digna, las personas necesitamos salud física y emocional. Además, necesitamos relaciones interpersonales, autonomía y seguridad física y económica. ¿Cómo atendemos dichas necesidades, y a la vez cumplimos con el llamado distanciamiento social?

Mi propuesta es que comencemos modificando nuestro lenguaje. Ante una situación de tanto estrés e incertidumbre, debemos exhortar al distanciamiento físico, no al distanciamiento social. ¿Por qué? Pues porque hablar de distanciamiento físico y no social enfatiza la necesidad de apartarse físicamente mientras resalta la importancia de vivir en sociedad y desde la responsabilidad colectiva. 

El distanciarnos socialmente de nuestros seres queridos abona al estrés cognitivo y emocional de la pandemia. Mientras, hablar de distanciamiento físico promueve que las personas actúen de manera informada y responsable sin ignorar sus necesidades de conectar social y emocionalmente con otros. Más aun, re-enmarcar la conversación hacia el distanciamiento físico promueve la solidaridad colectiva que requiere este momento histórico.

¿Qué podemos hacer para mantener el distanciamiento físico mientras continuamos participando solidariamente en sociedad? No existe receta ni fórmula exacta para contestar esta pregunta, pero podemos comenzar por tomar las siguientes acciones:

El gobierno debe partir de un reconocimiento de las necesidades humanas básicas. Por ejemplo, pueden contar con un task force social compuesto por trabajadores sociales de campo, psicólogos, y otros expertos en relaciones sociales para que su agenda priorice atender grupos marginados como personas sin hogar y comunidades con alta incidencia de pobreza infantil. Los medios pueden crear cápsulas informativas relacionadas a cómo ser resilientes ante la pandemia, sin olvidarse de alcanzar a distintas audiencias que son marginadas con frecuencia, como las personas sordomudas o con diversidad funcional. Los municipios pueden capacitar a sus trabajadores para presentar alternativas remotas para compras de alimentos, consultas médicas, asistencia social y psicológica, y otros servicios esenciales. De ser necesario, también pueden proveer medios de transporte, plataformas, y equipo para que los servicios se puedan ofrecer y recibir de manera segura. 

Las familias deben permanecer en sus hogares. Allí pueden practicar la meditación, “mindfulness” y cultivar las artes como una manera de manejar el estrés que puede resultar del distanciamiento físico. También es importante buscar formas de mantener la comunicación virtualmente con familiares. No debemos olvidarnos de mantener o reconstruir lazos comunitarios a través de reuniones telefónicas o por videollamada con amigos, vecinos, y seres queridos. Es importante además mantenerse informado y difundir información confiable, pero no abrumarse demasiado con las noticias.

La pandemia de COVID-19 tiene que atenderse estratégicamente, y todos, desde el Estado, hasta grupos de base comunitaria, familias, y, por último, individuos, tienen que tomar parte en las medidas de prevención. Parte de la estrategia debe ser crear conciencia sobre el poder de las palabras. Entonces, debemos comenzar a modificar nuestro vocabulario para hablar de distanciamiento físico, cultivar la solidaridad social, y promover la satisfacción digna del bienestar humano. 

El autor es estudiante de Cuarto Año del Programa de Microbiología industrial, Recinto Universitario de Mayagüez.

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