Al rescate de tesoros de película

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NANNY TORRES / ntorres1@elnuevodia.com endi.com Lo que son los estereotipos. A punto de llegar al Museo de la Universidad de Puerto Rico, no puedo sacar de mi mente la imagen de Indiana Jones. Y es que al entrevistar a un arqueólogo es inevitable pensar en el arquetipo creado por el celuloide hollywoodense. Ante mí veo a un caballero, de edad avanzada y pelo canoso, que luce grandes espejuelos. “Buenos días, busco al profesor Chanlatte”. “A sus órdenes, yo soy Chanlatte”, dice esbozando una sonrisa. No tiene sombrero, ni abrigo de cuero y de su cintura no pende un látigo. Apenas lleva un bolígrafo en el bolsillo de su guayabera verde claro. Y en su memoria un caudal de aventuras acumuladas durante más de cuatro décadas de ardua labor consagrada al estudio de culturas indígenas antillanas. En particular, al hallazgo de la cultura milenaria huecoide, llamada así por su origen en el barrio La Hueca, en Vieques. Oriundo de República Dominicana, Chanlatte estudió arqueología indo-antillana en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, fue asesor técnico del Museo Nacional de la República Dominicana y escribía la columna “Quisqueya Prehistórica”, en el diario El Caribe. Con el paso de los años partió a Venezuela donde estudió en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, y de ahí a Jamaica donde trabajó en investigaciones arqueológicas que la UNESCO había aprobado. Según él, la labor sobre el terreno es la que lo hace arqueólogo porque éste “no se hace en la academia, se hace en el campo”. Para la década del 60 llegó Chanlatte a tierra boricua invitado por el antropólogo don Ricardo Alegría para que lo ayudara a organizar áreas del Centro de Investigaciones Arqueológicas. Entonces la República Dominicana estaba en plena revolución, por lo que el arqueólogo no lo pensó dos veces y junto a su esposa y dos hijos aterrizó en la Isla. “El contrato fue por seis meses y ya llevo 45 años aquí”, exclama. Apasionado de la figura del indio y de su cultura, quedó seducido con la riqueza de la arqueología de Puerto Rico. En suelo boricua trabaja con un material nunca antes visto: la cerámica pintada de la cultura saladoide o igneri, uno de los primeros pobladores agroalfareros antillanos, la cual tiene la característica de diseños pintados en blanco y rojo sobre vasijas pulidas y engobadas. Fue buscando más combinaciones de colores de la cultura saladoide que Chanlatte vivió lo que él define como “la experiencia más impactante de mi vida arqueológica”: el descubrimiento de la cultura huecoide. Resulta que en un viaje de investigación a Vieques en 1977, Chanlatte, su asistente Ivonne Narganes, y el grupo de trabajo que los acompañaba, realizaron una serie de excavaciones en pozos pequeños para buscar depósitos de la cultura saladoide. Decepcionados porque no encontraban nada, él y su asistente se sentaron bajo un árbol e instintivamente sacaron un palaustre y empiezaron a excavar y, de pronto, salieron pedacitos de cerámica que no estaba pintada. ¿Qué se siente cuando encuentra un objeto?. “Ahhhh, como si fueran mis hijos. Como si los hubiera parido”. “¿Es usted padre de cuántos?”, le pregunto. “Uyyy, como de más de mil”. Acabado el tiempo y el dinero, tuvieron que regresar a Isla Grande, pero al año siguiente volvieron a Vieques, para Navidad precisamente, y comenzaron las excavaciones en búsca de más objetos. “Después de cuatro o cinco días excavando, aparecía un amuleto o un collar y hacíamos una fiesta”, dice Chanlatte, quien asegura que para que el proceso de investigaciones arqueológicas sea exitoso es necesario incluir a la comunidad. “Ellos son parte de este proceso. Se les paga para que ayuden, brinden vigilancia e incluso hasta despistan a los saqueadores”. Al igual que en las películas, los saqueadores les hacen la vida imposible a los arqueólogos, pues no usan métodos de trabajo y sólo se llevan lo que les interesa y entienden que tiene valor. “Cuando usted excava, usted está destruyendo, removiendo y si no recoge, le está arrancando páginas al libro del tiempo. Cada cinco centímetros que se mueven de tierra, son cuatro o cinco páginas de ese libro que se pierden”, dice Chanlatte, quien explica que cada material que se encuentra tiene que ser fotografiado, dibujado y medido. Para sacar a la luz toda esta riqueza arqueológica, única en el Caribe, el arqueólogo tiene que hacer gala de entrega, tesón y compromiso porque aunque pudiera pensarse lo contrario, la institución universitaria no brinda todo el apoyo para las investigaciones. “No te respaldan lo suficiente de acuerdo a lo que estás produciendo. No se ve respaldo ni cuando uno comienza a producir nuevas teorías. Surgen impedimentos y a veces hasta te obstaculizan el trabajo para que no alteres lo tradicional”, dice. Afortunadamente, estas experiencias lejos de desanimarlo, lo fortalecen. Al momento planifica su retorno a la Isla Nena pues asegura que “aún queda mucho por hacer”, sobre todo en las áreas que pertenecían a la Marina que segura son ricas en antropología. ¿Y después de Vieques? “¡A escribir mis memorias!”, concluye.