Revolución cubana en la biotecnología

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Por Deepak Lamba Nieves / director de Investigaciones del Centro para la Nueva Economía endi.com Hoy, casi cincuenta años después del comienzo de la revolución y desde nuestro capitalismo, pensar en la economía de Cuba invita, casi inevitablemente, a concentrarse en la escasez de bienes materiales que enfrenta la mayoría de sus ciudadanos. Pocos se imaginan que más allá de la retórica oficialista que acusa al embargo estadounidense y el veneno de los detractores que culpan al comunismo se está fraguando un modelo interesante que está cambiando el panorama de las ciencias y el desarrollo económico. Relacionar a Cuba con la biotecnología de la salud es algo inusual y hasta sospechoso. ¿Cómo es posible que un país donde hay apagones diarios, se hacen colas interminables para acceder a bienes de primera necesidad y el acceso a internet es sumamente limitado y monitoreado, se estén desarrollando vacunas para combatir el sida y ciertos tipos de cáncer? Para la sorpresa de muchos, Cuba es uno de los pocos países en vías de desarrollo que ha logrado convertir sus avances en la ciencia y tecnología en un sector productivo que genera beneficios sociales y más recientemente ganancias comerciales fruto de la exportación. Según reseñan informes científicos, en el 1999 Finlay Vacunas, el brazo comercial del reconocido Instituto Finlay llegó a un acuerdo con SmithKline Beecham (ahora conocido como GlaxoSmithKline) para producir una vacuna contra la meningitis B -la única que existe- en Europa y los Estados Unidos. De igual forma, en el 2004 se firmó un acuerdo entre CIMAB, una subsidiaria comercial del Centro de Inmunología Molecular, y una compañía californiana, CancerVax, para el desarrollo en conjunto y el otorgamiento de licencias de vacunas cubanas. Sorprendentemente, el acuerdo fue aprobado por el Departamento del Tesoro federal. Esta alianza crea un precedente importante que apunta a posibles fisuras en el embargo comercial que los Estados Unidos impusieron a la isla desde el 1962. Estos dos ejemplos son una muestra ínfima de la gama de productos y aplicaciones para la salud que han desarrollado desde la década de 1980. Como todas las grandes gestiones que se han realizado bajo la revolución, es Fidel Castro quien recibe el crédito de haber fomentado el avance del sector biotecnológico. Cuentan las historias que en 1960, poco después de tomar el poder, el Comandante en Jefe declaró públicamente que el futuro del país estaba en manos de los científicos. Durante esa década, los esfuerzos incluyeron la fundación de varios centros de investigación, la reforma de las universidades y sus programas de ciencias naturales y, más importante aún, el envío de científicos cubanos al extranjero. En los comienzos de la década de 1980, cuando la economía revolucionaria estaba en su mejor momento, el caudillo cubano pensó que su país podía ser clave en los esfuerzos para encontrar la cura del cáncer y ordenó que se realizaran investigaciones especializadas para fabricar interferones (proteínas producidas por el cuerpo para combatir infecciones virales) en laboratorios estatales. Aunque los especialistas cubanos lograron cumplir con el mandato, el producto no resultó ser la cura que todos esperaban. Sin embargo, este ejercicio marcó el comienzo de una serie de inversiones estatales e investigaciones con enfoques prácticos que son la espina dorsal del sector biotecnológico cubano.