Un gran reto la defensa del Bosque Nacional El Yunque

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Osman Pérez Méndez / osman.perez@gfrmedia.com
Desde su pequeña oficina, donde ya anda empacando cosas, Cruz recordó todos estos años en que llevó a El Yunque a crecer hasta el reconocido bosque protegido que es hoy día. (Gerald López Cepero)

Volvió a su tierra para ayudar a recuperar una de las maravillas de Puerto Rico, el Bosque Nacional  El Yunque, cuando enfrentaba uno de sus peores momentos, luego de haber sido azotado y destrozado por el poderoso huracán Hugo. Se quedó por más de dos décadas al frente del bosque contra viento y marea, enfrentando un sinnúmero de presiones y conflictos que llegaban de todas partes.

Ahora, el ingeniero Pablo Cruz Morales deja su querido bosque, para ir a supervisar la Región Sureste del Servicio Forestal de los Estados Unidos. Pero, a pesar de la nostalgia se va tranquilo, porque asegura que ahora, contrario a cuando llegó en la década de los noventa, el bosque está mucho más protegido. 

Desde su pequeña oficina, donde ya anda empacando cosas, Cruz recordó todos estos años en que llevó a El Yunque a crecer hasta el reconocido bosque protegido que es hoy día. 

 

¿Cuál es el escenario que encuentra a su regreso?

Estuve al frente del equipo de restaurar por un tiempo. Entonces había un americano aquí a cargo del Distrito de El Yunque, que era como se llamaba entonces. Lo transfirieron a Estados Unidos y la agencia me ofreció la posición, y en 1990 me convertí en el primer puertorriqueño a cargo como Ranger del Distrito de El Yunque, hasta el 1993. Entonces me convertí en el segundo puertorriqueño supervisor forestal. Ahí empieza la leyenda de los 23 años a cargo de El Yunque. Cuando llegué había muchos problemas, y a veces hasta tensiones, en el “staff”. Había grupos de puertorriqueños, de americanos, de mexicanoamericanos, y el primer reto era ponerlos a trabajar juntos. Lo otro era que teníamos unos gastos gigantescos y no gozábamos de credibilidad en los niveles más arriba. Había además unas ineficiencias operacionales, y todavía estábamos con los esfuerzos de restauración por los daños que había dejado Hugo. Además, luego de Hugo empezaron a entrar una serie de tormentas, Luis, Hortensia, Georges, y eso agravaba la situación. Arreglabas y venía un fenómeno  y te destruía más. 

¿Además de todo eso, había otras dificultades?

Sí. Teníamos además que traer el ofrecimiento turístico al siglo XXI. Estábamos con un ofrecimiento desarrollado en los 40 y no se le había hecho ninguna mejora. Estábamos en pos de mejorar la oferta turística, más allá de las veredas y una carreterita. Y entonces empezamos con el concepto de un centro de visitantes, que es el Portal de El Yunque. Otro de los retos que había, era que teníamos el programa de las cotorras. Había pocas cotorras y estábamos operando con una infraestructura bastante pobre para la recuperación de la cotorra, y las únicas que quedaban eran aquí nada más. Hoy es otro cuento, pero entonces era cosa de vida o muerte. Y estaba también el problema de que nunca hubo comunicación con las comunidades, y tengo mucho orgullo porque me dediqué a trabajar directo con ellos. Aunque es un puesto ejecutivo federal, pero al ser de Fajardo, me daba placer reunirme con los líderes comunitarios de las faldas de El Yunque. Llegamos a nivel de barrio. Eso trajo luego los programas de educación ambiental, los programas comunitarios de relaciones públicas. Empezamos a desarrollar esos programas.

Mencionó a las comunidades, pero precisamente la expansión de comunidades ha sido un problema para El Yunque

En los 90 había un “boom” económico y había muchos desarrollos. Peleé mucho con el gobierno de Puerto Rico para proteger lo que se llama la zona de amortiguamiento de El Yunque. Los terrenos aledaños al bosque están protegidos por una zona, regida por un plan que maneja la Junta de Planificación. Eso fue otra batalla, porque a veces también había fricción entre el gobierno de Estados Unidos y el gobierno local. Tenía la ventaja que como soy fajardeño, y cuando decían ‘hay un gringo ahí que quiere hacer esto’, yo le decía, ‘yo soy fajardeño. No sé de dónde tú eres, pero yo estoy defendiendo esto aquí’. 

El problema con El Yunque y su existencia es que no podemos pretender verlo como una isla verde en el este de Puerto Rico. Es un ecosistema, y como todo sistema tiene que tener una conectividad con otros ecosistemas vinculados a él. Y cuando tienes esas presiones de desarrollo y altera el patrón de conectividad con un estuario, o un río interrumpido por una represa, o te hacen un campo de golf y se chavó este ecosistema y El Yunque depende de eso. Todo está conectado, y eso es lo que defendíamos. Pero fueron batallas grandes. Tuve que enfrentarme a varios presidentes de la Junta. Algunos han sido más cooperadores. Pero el problema es que llegas a acuerdos con ellos, y ese acuerdo luego va a cuartos oscuros en La Fortaleza, y cuando vuelve, no sale como se había planificado. Y eso me pasó con todas las administraciones. Y para complicar eso de los terrenos, también tenemos siete municipios aledaños a El Yunque, y cada uno de ellos tratando de hacer un plan de ordenamiento municipal, con un alcalde con unas visiones encontradas. 

Ha sido frustrante, la zona de amortiguamiento ha perdido efectividad porque a través de los años han permitido variantes a las zonificaciones, y la zona de bosque la convertían en comercial y terminaba en un “mall” o una urbanización. Y me preocupaba además que el área metropolitana se estaba acercando, se estaba perdiendo la zona de transición rural. Eso es muy malo para una reserva, y me dediqué a proteger esa ruralía, no solo de El Yunque, sino de toda la Isla.

¿Cómo se pudo frenar ese desarrollo? 

Ya hemos avanzado, pero en los 90 la mentalidad era diferente. Pero gracias a mi formación como ingeniero podía batallar con los desarrolladores. Y les decía, ‘no, no, espérate un momento, yo soy ingeniero, y fuimos a la misma escuela, y esto se puede hacer diferente’. Cuando la sequía de los 90, el gobierno de Puerto Rico tenía unas extracciones increíbles de agua de las siete cuencas de El Yunque y quería sacar más. La cosa era que esas extracciones nunca consideraron la sostenibilidad del ecosistema. Todo se basaba en la ley de franquicias de agua y esas franquicias se daban por doquier. Tú querías un pozo y te lo daban. Me di cuenta que no había la mejor ciencia para poder debatir y argumentar. Había que explicar esto de una forma más cuantitativa. Ok, el ser humano demanda agua para uso doméstico. Pero la naturaleza también demanda agua porque si no, no sobrevive. Recargar los acuíferos demanda agua, y si no hay una recarga saludable, el agua salina entra a ellos y daña todo el recurso y no puedes hacer pozos. Nos dimos a la tarea, en muchas negociaciones, para que los científicos pudieran definirnos estos ecosistemas de flora y fauna, cuánta agua demandaban. Y entonces pudimos definir un presupuesto de agua para todo lo que es flora y fauna, y es lo que usamos ahora. Y te digo con mucho placer que ahora eso no es un problema. Ahora todo se hace de forma organizada, científicamente probada, y todo va a sobrevivir. Ahora sabemos, ok, ahí caen 10, la naturaleza necesita 4, hay 6 disponibles para negociar, lo óptimo que te puedes llevar y que no haya ningún efecto es 3. 

Es un proceso ordenado que se está usando por todo el Caribe y los trópicos, basado en esas experiencias. De ahí también sale el concepto de capturar el agua cuando está en alta energía, que es cuando llueve mucho, y que te va a causar inundaciones. Ahora toda esa agua excedente se guarda, se extrae ordenadamente, y conservamos ese pulmón sustentable. Ahora también está la situación de la crisis económica. Eso, desde el punto de vista de la naturaleza, todos esos problemas de desarrollos acechando a El Yunque, ya no los tenemos, porque nadie está desarrollando nada. Y además hemos aprovechado que han bajado los precios de las propiedades y hemos ido adquiriendo terrenos y consolidando el bosque.  

¿Cómo salvaron las cotorras? 

Bueno, después de Hugo, apenas contamos entre 12 o 15 cotorras en la vida silvestre. Estaba al borde de la extinción. Hugo también destruyó su hábitat. Entonces el aviario estaba en un lugar no idóneo, era un sitio de pobres instalaciones, muy alto, muy húmedo. Tuvimos que restaurar el hábitat, las áreas de sus nidos para fomentar que se aparearan. Fue un trabajo gigantesco que hay que reconocer a los héroes que trabajaron en el monte mientras El Yunque se levantaba. El aviario era insólito, el gobierno gastaba muchísimo dinero, nos criticaban. Finalmente, lo bajamos del área del bosque enano. Ahora tenemos un aviario moderno en la parte de abajo del bosque. Esa acción nada más, hizo que la producción de aves se cuatriplicara. Luego dijimos: ‘Bueno no pueden estar todos los huevos en la misma canasta, vamos a crear una nueva población’. Entonces se llevaron al Bosque Río Abajo, que ahora tienen incluso una mejor producción, y una población silvestre más grande que la de El Yunque. Pero ese trabajo fue bien difícil, por las trabas burocráticas. El Fideicomiso de Conservación hizo una gran labor en esto. Había mucha desconfianza, lo tildaban de una quijotada. Pero tuvimos la persistencia y la paciencia. Ahora vamos a tener una tercera población en Maricao.

¿Alguna otra batalla?

Sí. Tengo que mencionar el problema gigante que había con las áreas electrónicas.  Tenemos dos áreas de comunicaciones que han estado desde los años 40. Cuando llegué había un desorden gigante. Había entre 40 a 60 antenas de compañías diferentes en el pico de El Yunque, todas con permisos, todas consumiendo área ecológica frágil, como es un bosque enano, bosque de nubes. Eran tecnologías viejas, de transmisores y repetidores todavía con lucecitas. Eso demandaba refrigeración. O sea que había que modernizar el sitio. Esta es una industria poderosa, con gran conectividad política, son competencias entre ellas, no pueden trabajar juntas. Al demandar tanta energía eléctrica y como no es consistente, tienen que tener plantas suplementarias de generadores. Eso ocupa más espacio y aumenta el riesgo y vulnerabilidad de derrames de aceite. Bueno, era un desastre. Tuve que hacer un plan para sortear toda esa tecnología. De los 60 o más que había, de todas esas facilidades dejamos solo siete sitios. Les dijimos: ‘Bueno, yo sé que ustedes se odian, pero vamos a tener que trabajar juntos, tienes que estar colocado con él, van a compartir el mismo generador’. Redujimos las áreas de telecomunicaciones en un 80%. Restauramos zonas de bosque, y ordenamos las antenas. Y también con eso acabamos un poco con el mito del jibarito que miraba a la montaña y veía las luces prendiendo de noche, con las nubes entrando y decía ‘allá hay extraterrestres, son cosas de experimentos del gobierno de Estados Unidos’. 

Otro logro fue en el pico del Este, allí estaba el Navy, otro “issue” complicado. Aquí daban permiso para entrenamientos de sobrevivencia. Me resultaba eso tan fuera de lo que es la experiencia de El Yunque. Había regulaciones que permitían ese tipo de uso en los bosques nacionales. Pero me negué a que se hiciera eso  en el Yunque. Creamos regulaciones para esa prohibición. Otro lío era que el Navy tenía allí también sus instalaciones de comunicaciones y  también los radares de la FAA (Administración Federal de Aviación), que peleaban entre ellos. Finalmente se fue el Navy, pero dejaron aquello allí y tuvimos que luchar para que lo limpiaran. El resultado final es que hemos dispuesto de muchos de esos edificios   horripilantes, se hizo la limpieza ambiental, la FAA está ahora contenta en su rincón, y vamos a liberar eso a una gran apertura para que el público pueda ver las áreas prohibidas. Y vamos a tener allí una base científica y educativa, para estudiar el cambio climático.

Busca el resto de la entrevista en la edición impresa del El Nuevo Día.

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