Un innovador proyecto enseña agroecología a niños en Orocovis

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Por: 

Keila López Alicea

Orocovis - Sentados en un rancho techado con planchas de cinc nuevas, una veintena de estudiantes cambió sus tenis y zapatos escolares por coloridas botas plásticas. La maestra Dalma Cartagena levantó una mano para llamar su atención y, de inmediato, les dio instrucciones.

“¿Con qué vamos a estar trabajando?”, interrogó la educadora.

“Cebollas”, le respondieron los estudiantes de quinto grado.

Durante los pasados 20 años, Cartagena ha estado a cargo del programa de agricultura en la escuela Segunda Unidad Botijas I, en este municipio. Bajo su mando, el curso se ha transformado a uno de agroecología, en el cual no se usan plaguicidas ni químicos y se cosecha respetando la tierra, explicó la maestra.

Un amplio predio en la parte posterior del plantel sirve como una pequeña finca escolar, en la que los estudiantes de tercero a octavo grado siembran y cosechan cilantrillo, lechuga, habichuelas, rábanos, remolachas, zanahorias y cebollas. También cuidan de plantas florales y algunas matas de plátano que hay en el lugar.

“Todos los niños merecen conocer el profundo amor de la tierra”, expresó Cartagena, quien además es agrónoma.

La escuela de Botijas I ha tenido cursos enfocados en la agricultura desde que fue construida en 1932, señaló la maestra, pues así se atienden las necesidades e intereses particulares de la comunidad rural de Orocovis.

Pero, tras el paso del huracán María en septiembre del año pasado, la importancia de la agricultura y del huerto estudiantil cobró un significado diferente tanto para Cartagena como para sus más de 80 estudiantes.

Con una sabiduría que por momentos hace pensar en que es mayor que sus 12 años, Aranai Acosta Torres señaló que no descarta dedicarse de lleno a la agricultura cuando sea adulto. Aún sueña con sembrar arroz, pero reconoció que disfruta cultivar habichuelas por ser parte del “plato típico puertorriqueño”.

“Con la agricultura estoy ayudando a la naturaleza. Después que pasó María, que devastó a Puerto Rico, no había casi comida en las tiendas, no se podía comprar comida, y si uno siembra siempre va a tener algo que comer y que puede compartir con los demás”, sostuvo Aranai.

Más allá del salón

Llenas de orgullo, cinco estudiantes de séptimo grado explican entre todas en qué consisten las tareas que deben realizar para asegurarse que las zanahorias que han sembrado puedan ser cosechadas. Tienen que cernir la composta que hacen entre todos los estudiantes con los vegetales que sobran del comedor escolar y el material vegetativo que recogen al limpiar el solar. Desyerban, preparan el terreno para la siembra, hacen surcos para colocar las semillas y, cuando los cultivos están cerca de ser cosechados, cubren con tierra los vegetales para que reciban más nutrientes antes de sacarlos del suelo.

“Tienen que desyerbar como si fuera una cirugía. De uno en uno van halando los matojos”, explicó Cartagena aun grupo de séptimo grado que iba a trabajar con sus plantas de cilantrillo.

Con una pala en mano, Yandel Omar Rodríguez Cruz se encarga de mover la pila de composta.

“Esto es como el petróleo, es un proceso para que esté lista. Hay que esperar”, explicó el estudiante de séptimo grado, al hablar sobre los pasos necesarios para que los alimentos descartados y los escombros se conviertan en abono para las cosechas.

Él se inició en la agricultura a los 6 años. Su pasión por la tierra es tal que acostumbra ir a la escuela los sábados para ayudar a su maestra a cuidar las siembras. Tras el paso de María, ayudó a su padre a limpiar los escombros en la escuela.

“Nosotros sufrimos escasez por María, pero comoquiera salimos adelante. Nos hacía falta alimentos, agua, pero como empezamos a sembrar teníamos frutas, vegetales, y pudimos ayudar al barrio”, narró Yandel Omar.

Las lecciones que los menores aprenden entre las plantas de girasol y las remolachas no se limitan a la clase de Agroecología.

Cartagena detalló que las maestras de Español, Ciencias, Estudios Sociales y la de tercer grado “bajan” al huerto para integrar sus lecciones.

En la finca también tienen su propio espacio los estudiantes de Educación Especial. Allí, los estudiantes con diversos diagnósticos -como autismo e hiperactividad- aprenden junto a sus compañeros a cómo limpiar y usar los tiestos, a regar las semillas y cómo cuidar de las plántulas.

Cartagena, incluso, considera que el espacio le sirve de terapia a todos los estudiantes. Los arbustos de citronela y albahaca morada sembrados en un punto central de la pequeña finca impregnan el aire de sus aromas y sirven para tranquilizar los ánimos, sostuvo.

“A los estudiantes los ponemos a caminar por ahí. Si notamos que a alguno le pasa algo, si está triste, uno les recomienda que pasen cerca de las plantas, que las plantas les rocen la piel. Queremos fomentar que tengan ese contacto directo con las plantas, ese contacto que nos han quitado y que es tan importante para el ser humano”, indicó Cartagena.

Celebran la innovación

El proyecto de Agroecología de la Segunda Unidad de Botijas I es uno de tres proyectos de innovación educativa que serán destacados durante el Seminario de Innovación Educativa que ofrecerá la Fundación SM el 26 de octubre.

La directora de Mercadeo de la Fundación SM, Edna Rodríguez, explicó que este es uno de los ejemplos de cómo se pueden incorporar elementos distintos a la enseñanza sin requerir recursos extraordinarios.

Y es que Cartagena destacó que la mayoría de los materiales que necesitan -como las semillas, los desechos para la composta o el estiércol de caballo para el abono- son donados por miembros de la comunidad.

“Esto demuestra que la innovación educativa se puede hacer sin tecnología, sin recursos, sin tener que invertir mucho dinero”, expuso Rodríguez.

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