El cultivo del talento

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Por Carmen Millán Pabón / cmillan@elnuevodia.com endi.com Cuando se contabilizan los millones de dólares con los que cuenta en sus proyectos, pocos pueden aspirar a medirse con él. Se trata del doctor Luis Montaner, profesor del Programa de Inmunología del Wistar Institute y director del HIV-1 Inmunopathogenesis Laboratory en la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia. Montaner -que luce un “baby face” que hasta con barba lo traiciona- es un “puertorro” que se ruboriza ante quienes piensan en “su trayectoria” en algo tan “excepcional” como lo plantean las que por ahora son 21 páginas de resumé, incluidas 8 de publicaciones en revistas científicas especializadas. Montaner -a quien su humildad lo engrandece- participa en importantes comités que controlan el financiamiento de las investigaciones científicas a través de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, por sus siglas en inglés). “No creo que tengo más que nadie”, dice, inclinando la cabeza, tratando -en vano- de convencer. “La única razón por la que he tenido éxito es porque hay personas que reconocen la necesidad de la investigación y de lo que se puede aportar como individuo a una meta común”, expresa casi en tono de disculpa, a la vez que se ciñe a la parábola bíblica de “los talentos”. En este último viaje a la Isla que lo vio nacer hace casi 40 años, Montaner se dedicó a compartir conocimientos, trabajos científicos y, más que todo, los mecanismos que los investigadores locales pueden utilizar para conseguir fondos que financien sus estudios. Para conversar con él, fue preciso gestionar un “hueco” en la recargadísima agenda que cumplió en su visita de carácter profesional y atraparlo en un salón de conferencias vacío del Recinto de Ciencias Médicas (RCM) de la Universidad de Puerto Rico. En sólo tres días en la Isla, ofreció un seminario para investigadores sobre las defensas naturales contra el sida, se reunió con las más altas autoridades de investigación científica y líderes universitarios con el propósito de ponerse a su disposición al momento de hacer trabajos en conjunto. Como si fuera poco, dirigió otro seminario para orientar a los científicos del patio en el arte de hacer propuestas de investigaciones. Así de grande es su desinterés: le da trucos a otros investigadores que, en algún momento, pudieran competir con él. Pero la palabra “egoísta” no existe en su vocabulario ni en su vida, pues en vez de mirar a los otros como “competencia”, los ve como posibles “complementos”. Luis Javier Montaner nació en el año 1967 y se crió en Santurce junto a sus padres, el doctor Luis F. Montaner y María Dolores Sevillano. Uno de 5 hijos, hizo la escuela superior en el Colegio San Ignacio, en Río Piedras. Hoy se ríe de él mismo cuando recuerda que en sus años de escuela superior en su colegio nunca fue un estudiante destacado académicamente. Era “un estudiante de ‘B’ que estaba metido en muchas actividades”, desde drama hasta puestos directivos en el Consejo de Estudiantes. “En esa época me interesaba la medicina, pero entendí que mi interés era en veterinaria porque era una educación comparativa”, dijo, al recordar la incredulidad de los que lo conocían cuando anunció sus metas. Entró a Kansas State University (KSU), interesado en veterinaria con un foco primordial: desarrollar investigación. Con ese norte en mente, y conociendo lo difícil que era que lo aceptaran, solicitó. La familia le siguió la corriente -por aquello de apoyarlo- hasta que los sorprendió a todos con honores tras honores, obteniendo las mejores notas en todas sus clases. Terminó en 2 años para solicitar veterinaria, pero todavía interesado en patología. Dedicó los siguientes 4 años a la Escuela de Veterinaria, pero en vez hacer las clínicas en su alma máter, fue a Harvard University. Su primera publicación en un “journal” científico fue a los 21 años. Fueron precisamente los honores, las distinciones y esa publicación la llave que le abrió las puertas a la Universidad de Oxford en Inglaterra con el Marshall Scholarship para estudios post-graduados: una importantísima oportunidad que hasta ahora sólo han logrado dos puertorriqueños. Montaner partió a Oxford con todos los gastos pagos enfocado en un doctorado con investigaciones en el Síndrome de Inmunodeficiencia (VIH/sida). Mientras, se presentaba en conferencias y continuaba publicando. Faltándole meses para graduarse, recibió una invitación del Wistar Institute que le cambió la vida. “Sin tener el doctorado, me dicen que me están entrevistando para ser miembro de la facultad. Les dije que todavía me faltaba. Ellos insistieron diciendo que ya yo tenía el doctorado de veterinaria y comoquiera me ofrecieron trabajo en mayo. Les expliqué que tenía que terminar la tesis y regresar a Oxford a defenderla en septiembre”, expresó recordando la encrucijada que de momento confrontó. Wistar aceptó las condiciones y le pusieron en la mano una importante posición para desarrollar investigaciones sobre sida en un programa independiente con una propuesta ya aprobada de $700,000. La Marshall Scholarship fue trascendental en la vida de Montaner. Increíblemente, hoy día Montaner es miembro del comité que elige la nueva camada de becarios. Las investigaciones que realizó en Oxford lo conectaron con investigadores de Sudáfrica, donde extendió el programa de investigación. Una de ellas tiene el propósito de conocer lo que pasa cuando adultos con la condición usan los medicamentos por periodos limitados o intermitentes. Otra investigación está tratando de analizar la interacción entre el VIH y la tuberculosis. Además, investiga el efecto de tratamientos médicos en 125 bebés con VIH, por un periodo de 4 años. En Filadelfia, investiga el efecto de la droga interferón alpha y su interacción contra el VIH. “Sumando y sumando... son muchos millones”, dice risueño y sin ánimo superioridad Luis Javier, quien cuenta con un presupuesto de $8.5 millones para distribuir entre siete proyectos científicos. El joven está plenamente consciente de “gastar el dinero de otro para que avance el conocimiento”, dice convencido de su responsabilidad como “role model”, que no le permite titubear cuando su esfuerzo puede tener impacto en la comunidad. Con los pacientes de sida de Filadelfia, logró “estirar” los fondos del programa de investigación y ampliarlo a estudios clínicos. De esa manera, también le ofrece otro tipo de ayuda a los pacientes directamente o a través de las organizaciones que luchan por los derechos y acceso a tratamientos de los pacientes que carecen de fondos y seguro médico. “Eso no es algo fuera de lo común. Es una necesidad que cada sociedad tiene. Veo el servicio como algo natural”, añadió sin querer parecer una madre Teresa de Calcuta en versión de hombre de ciencias. Aunque ha recorrido el mundo a través de la investigación, sus lazos con Puerto Rico son inquebrantables, tanto en su vida profesional como en la personal. Orgulloso de lo que se hace en su patria, dijo que mantiene relaciones desde hace 15 años con el doctor Edmundo Kraiselburd, director del Centro de Primates del Recinto de Ciencias Médicas y reconocido en el mundo entero por sus trabajos. “En Puerto Rico, me estoy reuniendo con investigadores que están empezando para darles asesoramiento para desarrollo de estrategias para obtener fondos”, dijo. Además -quién sabe- podría extender su relación con “la iupi” y “el Recinto”, más allá de visitas esporádicas, y sí con proyectos de investigación en conjunto y mentorías. “Si puedo usar mi experiencia para ayudar a otras personas, es una buena inversión de mi tiempo, si son jóvenes y puertorriqueños, mejor aún. Por eso estoy aquí”. Montaner está casado con Janelle Larson, a quien conoció en KSU cuando ella era la “chief of staff” en el sistema estudiantil de gobierno, y él, el “minority representative”. “Y todavía es mi jefa”, dijo riéndose. Janelle trabaja en Penn State University como profesora de economía agrícola, no lejos del Wistar Institute, un centro de investigativo en el campus de la misma institución. Son padres de Andrés, Javier y Sofía, de 12, 7 y 3 años, respectivamente. Su hogar, dice, parece un “centro de turismo”, donde abundan las pinturas, artefactos y música que le recuerdan a sus hijos las raíces de su familia paterna. Para enseñarles que también son “ciudadanos del mundo” y que “el que mucho tiene, mucho se le exige”, Luis y Janelle hacen trabajo voluntario en comunidades de América Latina a través de proyectos que dirige su iglesia. “Esto es una jornada, no es un fin”, dijo protestando el que se le dé importancia a los “logros” que testimonia un curriculum vitae, que apenas resume lo que él considera “el principio” de hacia donde está dirigido.

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