A flote en un paraíso viviente

Este artículo es reproducido por CienciaPR con permiso de la fuente original.

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Por Joel Ortiz Rivera / joel.ortiz@elnuevodia.com El Nuevo Día CEIBA - El sonido de una corneta tipo minivuvuzela emparentada con claxon de camión de basura rasgó ese sabroso estado de hipnosis al que inducen el arrullo de las olas y la tranquilidad aromatizada con salitre que se respira en una mañana de sábado con cielos azules. No sólo eso, sino que puso fin a las conversaciones de los corrillitos y los preparativos que estos realizaban, ya casi terminados. Hora de las instrucciones finales. “Muy bien. El mar está bueno, así que parece que tendremos un gran recorrido. Recuerden alzar la mano y dejarla arriba, o cruzar los remos, si hay una emergencia”, dijo Alberto Perdomo, uno de los líderes de la aventura. “Y vayamos sin prisa, que vamos a llegar”. Pero precisamente fue con mucha avidez que los más de veinte kayaks invadieron las olas de la playa Los Machos en dirección a los canales de mangles, localizados dentro de lo que constituía la Base Naval de Roosevelt Roads, todos como participantes del programa de excursiones que realiza el Sierra Club, capítulo de Puerto Rico. Vista desde el cielo, esta zona de pantanos, ciénagas, humedales y mangles adquiere un color marrón acaramelado que podría ser producto de la dulzura que la madre naturaleza, entre la sal marina, vertió sobre los organismos que habitan en este santuario de vida. Este litoral incluye unas 26 especies raras, endémicas, vulnerables o en peligro de extinción, como el manatí antillano (trichechus manatus), la mariquita (agelaius xanthomus), la boa puertorriqueña (epicrates inornatus), el árbol cobana negra (stahlia monosperma) y tres especies de tortugas marinas: el carey de concha (eretmochelys imbricata), el tinglar (dermochelys coriacea) y la tortuga verde (chelonia mydas), según el Sierra Club. Por más de un siglo, esta y otras playas adyacentes, los canales, los humedales y otras maravillas de la naturaleza tropical boricua fueron protegidas y permanecieron fuera del alcance de la mayoría de los puertorriqueños, aunque en la excursión de este día 42 puertorriqueños tendrían la oportunidad de adentrarse en un espectacular ecosistema de manglar en estado prístino. Pero el cierre de la base de la Marina en Roosevelt Roads ocurrido en 2004, su traspaso al Gobierno de Puerto Rico y los planes gubernamentales de desarrollar, mediante Alianzas Público Privadas, proyectos turísticos y residenciales con casinos, centros comerciales y muelles para cruceros -como se propone con Riviera del Caribe-, parecerían representar una amenaza directa o indirecta a este irremplazable y sensitivo hábitat. EN CONTRA DE LA CORRIENTE Remar sobre un kayak en contra de las olas y mantener el balance no es tan fácil como parece, por lo que tras una milla de recorrido, en una zona llana, hubo una parada para ajustes técnicos en una de las naves, justo sobre un fondo marino suave, que parecía acariciar los pies. Fue allí que Antonio Pérez, otro líder de excursiones del Sierra Club, informó que aquella alfombra que se extendía hacia todas direcciones era una pradera de talasias (thalassia testudinum), hierbas marinas a donde manatíes, tortugas, langostas y otros habitantes de la comunidad del océano van a alimentarse y a satisfacer necesidades. Según Pérez, esta importante pradera se extiende hasta Naguabo hacia el sur y en dirección al este llega hasta Vieques, lo que convierte la zona en un tipo de hotel de lujo vital para estos amigos marinos. De hecho, algunos de los participantes han jugado con Moisés en estas aguas. De frente, el canal llamó con sus aguas más tranquilas. De inmediato saltó a la vista lo bien preservadas y verdes que se muestran las hojas del mangle rojo (rhizophora mangle) que recibe al grupo, las rojizas aguas y las rojizas raíces, que parecen manos que con mucho celo hunden sus dedos intentando aferrarse a su terruño. “Esto es el vivero del océano. Aquí los peces vienen a dejar sus huevos y mantienen sus crías protegidas lejos del mar abierto para evitar que sean presas. También vienen tortugas, crustáceos, aves y otras especies”, explicó Perdomo bajo una minúscula sombra en lo que arribaba el resto del grupo. Alguna aletita salió del agua por fracciones de segundo, y algún pececillo osó saltar y salir del agua. El punzante olor llegaba intermitentemente. Minutos más tarde, en una zona de poca profundidad, una gallareta común (gallinula chloropus) observaba a los invasores de su hogar, y un playerito menudo (calidris minutilla) que también observaba a su lado prefirió no aventurarse y emprendió vuelo. Y entre especies de mangle rojo, negro (avicennia germinans) y blanco (laguncularia racemosa), alcanzamos el otro lado del canal, y tras descansar un poco sobre sus tranquilas aguas, regresamos al mar abierto. Casi una milla más contra las olas y en dirección hacia Cayo Piñeiro, otro paraíso natural con una playa de arenas blancas, agua cristalina, fondo cubierto de talasias, un bosque de pinos y un inofensivo letrero que avisa a los bañistas del peligro que corren si se adentran en el bosque, ya que el suelo está repleto de municiones sin detonar. Tras cerca de una hora de merienda o almuerzo, la playa llamó a refrescarse un poco antes de partir de regreso a Los Machos bordeando la Punta Medio Mundo. Pero el mar de la tarde no era el mismo que el de la mañana, y gracias al oleaje bravío, surgió la oportunidad de repasar el mangle una vez más en la ruta de regreso. Al llegar de vuelta a la playa, mientras recogía los kayaks y los salvavidas, Pérez explicó que le gusta esta excursión, que se realiza unas cuatro veces al año, porque en medio de la flora y fauna del lugar, uno puede recrearse y compartir con nuevos amigos. Y dejó en el aire un pensamiento final: “Hay que proteger lo poco que tenemos”.