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Por Marcos Fernando López / Especial para El Nuevo Día endi.com En la playa de Ocean Park en Condado varios jóvenes construyen tres esculturas de arena: un tinglar madre y dos de sus pequeños. Es el último tributo que le rinden a un nido de tortugas que lograron nacer allí. Con arena detallan cada rasgo del tinglar, la proporción de las aletas, las siete crestas de la espalda, el tamaño dinosáurico. Llevaban tres meses acampando en la playa, cuidando el hogar de las tortugas marinas. Recientemente descubrieron que allí la arena estaba muy compactada, por lo cual los huevos depositados por una tinglar hembra hace un tiempo atrás no podrían eclosionar o salir del cascarón. Pero aún están en guardia porque otros dos nidos refugian docenas de tortugas esperando nacer en cualquier momento, posiblemente tan pronto anochezca. Los jóvenes, en trajes de baño y perfectamente bronceados, son sólo voluntarios, personas preocupadas por la supervivencia de esta especie en peligro de extinción. Ellos se quedan sentados en la arena frente a sus casetas de campaña, esperando, igual que las tortugas, a que caiga el sol. Pero ellos no son los únicos. El anidaje de tinglares en esta playa capitalina ha despertado un sentido de comunidad que antes no existía. Los residentes y visitantes de Ocean Park han donado su tiempo y esfuerzo para cuidar cuatro nidos encontrados en la playa y para también apoyar a los jóvenes que se han dedicado por completo a esta vigilante tarea. “Aunque no parió tortuguitas parió una conciencia”, comenta Manny, uno de los voluntarios, sobre el tinglar madre que allí depositó sus huevos. “Lo interesante es que aquí antes no había comunidad. Las tortugas han ayudado a que la comunidad valore la playa”, señala Luis Miguel Rico, un residente de dos años de la comunidad de Ocean Park. “La gente viene a verlo y se emociona realmente. Ellos se dan cuenta de que somos parte de un ecosistema vivo”, añade. Anualmente los tinglares llegan a las costas de la Isla a anidar. La misma madre puede depositar docenas de huevos en varios nidos. Sin embargo, sólo uno entre mil llega a su edad reproductiva. Aunque puede medir hasta siete pies de largo y pesar unas 600 libras, cuando nacen son tan pequeños que son víctimas de peces y aves depredadoras. Los voluntarios no pueden cambiar eso. Pero sí pueden ayudar a que sus nidos sean protegidos. En esta playa capitalina transitan muchos bañistas y vehículos pesados, lo que pone en peligro el refugio de las tortugas. Además, la cantidad de luces que vienen de la costa desorienta a los recién nacidos cuando salen del nido y se encaminan al mar. Por eso es esencial proteger estos nidos. De acuerdo a los jóvenes, las autoridades correspondientes no tienen los recursos para atenderlos. Sólo cuando los residentes avistan a una tortuga anidando o cuando eclosionan los huevos avisan a los biólogos. “El problema todos saben cual es. Tenemos que trabajar en conjunto con las entidades del Gobierno o no hay soluciones. Ellos tienen el conocimiento y nosotros el tiempo”, dice Manny, un artista plástico de profesión. Hace un mes los nidos corrieron peligro. Durante la Noche de San Juan no había forma segura de protegerlos de las miles de personas que abarrotaron la playa para festejar y de la basura que consigo trajeron. Sobrevivir esta noche era crítico para el anidaje de tinglares en el área. El grupo voluntarios estaba allí acampando, vigilando los nidos. Los visitantes se acercaban curiosos y preguntaban sobre qué eran las áreas cercadas con mallas anaranjadas, sobre los tinglares y sobre la importancia de cuidarlos. Mientras pasaba la noche algunos de los visitantes iban creando conciencia. Así, se sentaban alrededor del perímetro del área, como protectores de un patrimonio ambiental durante una noche de fiesta. “Fue increíble. Todos se acercaban y preguntaban. Todos apadrinaban el nido como si fuera de ellos”, recuerda Manny. Los nidos sobrevivieron la noche, pero la playa no estaba intacta. A las 5:48 de la mañana el sol comenzó a asomarse por el horizonte, revelando con su luz todos los detalles que la oscuridad antes ocultaba. Manny casi llora al presenciar cómo la basura arropaba la costa. No importaba cuan lejos él miraba, no se veía la arena, sólo latas, vasos y bolsas. Tres jóvenes comenzaron a recoger poco a poco. Varias horas después otros 15 voluntarios se habían unido a la tarea y la playa estaba limpia. Es así como los tinglares han ayudado a despertar un sentido de conservación en la comunidad de Ocean Park. Proteger la playa y las especies que allí habitan ha tomado una importancia sin precedente gracias al esfuerzo del grupo de voluntarios, de los residentes y a la presencia de tinglares. “La playa se ha visto más limpia y se ha unido la comunidad”, dice Manny. “Este es el patio de todos. Somos un 100 por 35 y si no nos preocupamos por nuestro patio, ¿quién lo va a hacer?”, continúa. Aún los jóvenes esperan que caiga el sol junto al nido y que nazcan las tortugas. Pero ya Manny sabe lo que pronto ocurrirá: “Es como ver un volcán hacer erupción. Es como ver una madre dar a luz. Nunca deja de impresionar. Es el premio de hacer cosas positivas, mientras otros ven la novela en su casa”.