Por Mónica I. Feliú-Mójer / Especial para El Nuevo Día endi.com La sociedad moderna depende de las ciencias, la investigación y sus aplicaciones para su funcionamiento normal. El transporte, los medios informáticos y de comunicación, los avances médicos, y los conocimientos sobre el Universo y el cuerpo humano son resultado del conocimiento científico. Dada esta “estrecha” relación, la sociedad debería poseer un entendimiento profundo de lo que hace la ciencia, su impacto y consecuencias. Sin embargo, existe un rampante analfabetismo científico, que ha creado un abismo entre la ciencia y la sociedad de la cual forma parte y que busca beneficiar. El entendimiento se deriva del conocimiento. En un ensayo para la revista Science, Sydney Brenner, pionero de la genética y ganador del premio Nobel escribe, “…es necesario que los científicos se comuniquen con la sociedad, no sólo sobre el contenido, uso y mal uso de los descubrimientos científicos, sino de lo que nuestro trabajo nos dice de las limitaciones intrínsecas de nuestros cuerpos y nuestras mentes”. A través de la historia se ha perpetuado la imagen del “científico loco”; para muchos la ciencia es aburrida y todos los científicos son unos “nerds”. Nada más lejos de la verdad. El físico estadounidense Isidor Isaac Rabi, dijo que: “La ciencia es un gran juego. Es inspiradora y refrescante. El campo de juego es el universo mismo”. La ciencia provee grandes recompensas intelectuales. “La necesidad es la madre de todas la invenciones”, reza el dicho. La necesidad por descubrir y aprender, ha sido el motor de la ciencia y la humanidad a través de los siglos; es lo que nos hace Homo sapiens. Pero, el avance del conocimiento científico y su complejidad, han impulsado a las ciencias a ser cada vez más especializadas. Con el propósito de ser eficientes y enfocados, los científicos se aíslan en sus especialidades y tecnicismos, perdiendo la habilidad de comunicarse en términos simples con el público general. Más aún, las disciplinas de la ciencia se aíslan entre sí: un biólogo marino conoce poco sobre física de partículas y un ingeniero mecánico es totalmente ignorante sobre genética molecular. La ciencia es inseparable de la economía, la salud, la política, y la educación. Hoy día gran parte de la investigación científica es subsidiada con fondos gubernamentales provenientes de impuestos. La tecnología, producto de la ciencia, es clave para la operación de las industrias, base de la economía mundial. Los avances médicos alcanzados jamás hubiesen sido posibles sin la investigación científica. Asimismo, muchas de las decisiones que enfrentan nuestros políticos requieren un conocimiento científico básico para ser tomadas con prudencia: la asignación de fondos para la investigación, la capa de ozono, las misiones espaciales, el proyecto del genoma humano. Por último, la educación nos permite establecer una relación recíproca con el público, informándole sobre los beneficios y consecuencias de la ciencia, a la vez que aprendemos de sus inquietudes, necesidades e ideas. Además, la ciencia promueve el pensamiento crítico e intuitivo, la creatividad y la iniciativa, cualidades necesarias y útiles en todos los aspectos de la vida. Para cerrar la brecha entre ciencia y sociedad, los científicos necesitan ponerse en los zapatos de aquellos que no lo son; hablarle al público en “arroz y habichuelas”. Recientemente el Dr. Eric Kandel, ganador de premio Nobel en Fisiología en el 2000, dijo que “la ciencia tiene que establecer un diálogo con la sociedad. Tenemos que invitar al público a que converse con nosotros, para que comprenda el impacto de nuestra ciencia y participe activamente de las decisiones que tomamos en cuanto a ella y sus aplicaciones.” ¡Conversemos entonces!