Era principios del año 2009. Los avances de la era de las comunicaciones proveían el vehículo idóneo para la voz que se regaba con rapidez: una nueva y más agresiva cepa del virus que causa la influenza se desplazaba deprisa por Norteamérica. Nadie sabía de dónde provenía ni cómo prevenir o tratar un infección con el susodicho. Para mediados del mismo año el virus había sido nombrado H1N1, su fuente de origen se presumía eran cerdos en algún lugar de México o Estados Unidos, y la Organización Mundial de la Salud (WHO, por sus siglas en inglés) lo había declarado precursor de la primera pandemia mundial en más de 40 años.