Los inicios de CienciaPR
Enviado por Daniel Alfonso Colón-Ramos el
Decía Pasteur que aunque la ciencia no tiene patria, los científicos sí la tenemos. Desde que me he pensado como científico, me he pensado como científico puertorriqueño. Mis inquietudes por las ciencias y por Puerto Rico siempre han ido de la mano y con ellas, un profundo interés y compromiso por contribuir, a través de las ciencias en bien de mi patria.
En ese sentido, el interés que finalmente dio paso a fundar el proyecto de Ciencia Puerto Rico no tiene fecha fija. No tengo memorias en las que mi interés por las ciencias y por Puerto Rico estén desvinculados. Sí existen acontecimientos que precipitaron la organización, y esos son los que cuento aquí. Los hechos, aunque contados desde mi perspectiva, fueron colaboraciones con más de una docena de personas durante más de una década. Lo que es hoy CienciaPR resulta de la labor desprendida, de la perseverancia y del profundo compromiso de este grupo en dos organizaciones: el Consejo para el Avance en Puerto Rico de la Investigación Científica (CAPRI) y el equipo de voluntarios de CienciaPR.
En el otoño de 2003, estando yo en San Francisco por comenzar mis estudios postdoctorales en la Universidad de Stanford, recibí un correo electrónico del profesor Joseph Bonaventura invitándome a un congreso del programa COBRE (Center of Biomedical Research Excellence) en San Juan. Recuerdo la emoción que sentí porque aunque ya había dado varias charlas en conferencias internacionales, ésta era la primera vez que me invitaban a Puerto Rico a ofrecer una charla. Joe Bonaventura era profesor de la Universidad de Duke y recién aceptaba una posición para irse al Recinto Universitario de Mayagüez a dirigir el programa COBRE. Mariano García Blanco, también profesor de Duke, miembro de mi comité de tesis y con quien había trabajado como estudiante de postbachillerato (postbac), le había sugerido a Joe que me invitara a la conferencia. La sugerencia de Mariano surgía luego de varias conversaciones que habíamos tenido sobre cómo podíamos hacer más por Puerto Rico como científicos.
Para esas fechas el gobierno había anunciado un plan de convertir la antigua base de Roosevelt Roads en un espacio para el desarrollo de las ciencias y la innovación. Yo había trabajado en Panamá con el “Smithsonian Tropical Research Institute” y había visto la exitosa transformación de las antiguas bases militares en parques de ciencias en dicho país. De hecho, pasé parte de mis vacaciones de luna de miel, transcurridas en Panamá, en reuniones profesionales con la esperanza de poder vincular a los líderes panameños con Puerto Rico para beneficio de ambos países.
Iba a la conferencia en Puerto Rico con ansias de conocer a los científicos puertorriqueños que estuviesen asesorando al gobierno en tan importante proyecto y para entrar en contacto más directo con la comunidad académica puertorriqueña, con la cual no tenía gran contacto. Estando en la conferencia, me entero de que no se conoce de asesores científicos que estuvieran ayudando al gobierno a conceptualizar el proyecto.
Una de las tardes, a la salida de la conferencia, nos sentamos a conversar Adelfa Serrano (RCM-UPR), Mariano (Duke), Joe (UPR Mayagüez), Paul Lizardi (en aquel entonces en Yale) y Jim Vigoreaux (Universidad de Vermont) sobre la necesidad de alguna organización científica puertorriqueña que ayudara al gobierno a utilizar la comunidad científica como recurso. Argumenté que la responsabilidad de organizarnos como comunidad no era del gobierno, sino nuestra, como científicos puertorriqueños; que la política pública científica de un país era demasiado importante para dejársela a las administraciones gubernamentales de turno; que si los científicos no estábamos preparados u organizados, cuando surgieran este tipo de oportunidades para avanzar las ciencias en Puerto Rico, las mismas se desperdiciarían. Argumenté que nos correspondía a nosotros, como miembros de la comunidad científica puertorriqueña, organizarnos y aportar nuestra voz al diálogo amplio del país. Esas conversaciones dieron paso a CAPRI (Consejo para el Avance en Puerto Rico de la Investigación y la Innovación Científica).
CAPRI se crea con algunos de los participantes en la conferencia y como un “laboratorio de ideas” ad hoc, con el propósito de nuclear nuevas iniciativas que avanzaran las ciencias en Puerto Rico. CAPRI trabajó a lo largo de tres años en varios renglones. Sus miembros eran todos profesores, excepto yo, cuyo rol consistía en preparar los asuntos logísticos de reuniones y la estrategia. Esto lo hacía con el gusto y entusiasmo de quien quiere contribuir pero sabe que no tiene la experiencia ni la sabiduría de sus compañeros.
Fueron muchas las reuniones que tuvimos con miembros del gobierno, la industria privada, el sector educativo y la prensa. Las reuniones de CAPRI coincidieron con la conceptualización del Fideicomiso de Ciencia, Tecnología e Investigación y de la Ciudad de las Ciencias en el área metropolitana. Al mismo tiempo comenzaron a desarrollarse nuevas iniciativas de divulgación científica en El Nuevo Día. Es decir, esos años en los cuales CAPRI estuvo activo coincidieron con una concientización sobre el papel de la ciencia en Puerto Rico. Fueron muchas las personas que estuvieron involucradas, antes y después de CAPRI, en ese despertar. También me consta que los esfuerzos de CAPRI jugaron un papel importante a la hora de promover esas conversaciones que dieron paso a nuevas políticas públicas científicas en Puerto Rico.
Tal vez la contribución más importante y concreta de esa época fue el darnos cuenta, como científicos puertorriqueños, que necesitábamos una manera de unir la comunidad más allá de cinco científicos en CAPRI. En las reuniones que teníamos se hacía evidente que nadie sabía cuán amplio era el recurso humano científico en Puerto Rico. A pesar de reconocer la importancia del sector de la manufactura farmacéutica en Puerto Rico, aún faltaban estrategias concretas que involucraran a la comunidad científica puertorriqueña en iniciativas económicas, de educación o de política pública. La comunidad científica boricua era el gran ausente en las conversaciones que tuviesen que ver con las ciencias o con Puerto Rico. ¿Cuántos éramos? ¿Cómo podríamos identificarlos? ¿Cómo los podríamos involucrar para beneficio de Puerto Rico?
En aquel entonces Facebook y LinkedIn estaban en pañales y Twitter ni se concebía aún, pero sí existía la Internet. Me pareció conveniente que, valiéndonos de la Internet, comenzáramos a extender el grupo original de CAPRI y por lo menos identificáramos a los científicos vinculados con el país. Escuché rumores de que existía ya un directorio, realizado por Fomento e Induniv, y que había esfuerzos dirigidos a transformarlo en una red virtual. Mi interés era usar ese recurso para diseminar los esfuerzos de CAPRI y unir a otros científicos en su agenda. Pero tras año y medio de investigar el estatus de la red, concluí que los esfuerzos no habían comenzado o no estaban lo suficientemente maduros para aprovecharlos.
En el laboratorio de Kang Shen en Stanford, donde trabajaba entonces, habíamos establecido un directorio virtual para documentar las cepas de gusanos transgénicos que utilizabamos. El directorio fue codificado por un estudiante universitario quien trabajaba como voluntario en el laboratorio, David Craig. Se me ocurrió que podíamos usar un recurso similar para crear la red de científicos puertorriqueños, y le pedí ayuda a David.
Durante las navidades y en sus vacaciones, David, una persona que nunca había visitado a Puerto Rico, codificó la primera versión de lo que se convertiría en la página más importante para las ciencias y Puerto Rico. La contribución generosa de David, hasta cierto punto, encarna una de las filosofías principales de la organización: cualquier persona puede ser parte de nuestra red, beneficiarse y cooperar con ella. No hay que ser científico ni puertorriqueño para contribuir al desarrollo de las ciencias y Puerto Rico. Como en todo, cuenta el que hace algo.
En enero de 2006 lanzamos la red mediante un e-mail que enviamos a las personas que había conocido en la conferencia de COBRE unos años antes. La Dra. Fernández Repollet, en aquel entonces vicepresidenta de investigación en la Universidad de Puerto Rico, y el grupo de CAPRI nos dieron insumo sobre las funciones de la red en una versión beta antes de que se publicara. Una vez lanzada, la Dra. Fernández Repollet ayudó a promover la página en línea a través de la comunidad universitaria. Basado en mis experiencias en CAPRI, estimaba que ~10-50 personas se inscribirían, lo cual consideraba un éxito pues por lo menos duplicaba la membresía de CAPRI. En la primera semana sobrepasamos ese estimado. Antes de que terminara el primer año, ya teníamos casi mil miembros y el primer equipo de voluntarios, compuesto por Mónica Feliú Mójer, Verónica Segarra, Odmara Barreto Chang, Marcos López, Wilson González Espada y Giovanna Guerrero.
El haber tenido la oportunidad de fundar y contribuir a CienciaPR es, sin duda, uno de mis logros profesionales más grandes y significativos como científico y puertorriqueño. He establecido relaciones de amistad y trabajo profundas y valiosas con individuos excepcionales cuyo compromiso por las ciencias y por Puerto Rico es sólo superado por su riqueza y generosidad de espíritu.
Los logros de esta organización voluntaria son extraordinarios, pero continúo pensando que son una sombra de lo que Puerto Rico se merece tener y de lo que su comunidad científica puede ofrecer. Contrariamente a lo que sucedía hace una década, cuando no sabíamos cuántos éramos, ya sabemos que somos miles en CienciaPR, regados por más de cincuenta países. Ahora nos toca organizar la comunidad y ponerla a trabajar por Puerto Rico. La política pública científica de Puerto Rico y la educación científica de nuestros estudiantes necesitan más que una organización de voluntarios.
Para abrir esta nueva década, nuestro enfoque es transformar el experimento exitoso de CienciaPR en la organización científica que Puerto Rico reclama. Ayúdanos con una donación en este enlace.