En el interior del Corredor Ecológico del Noreste
Enviado el 10 octubre 2010 - 5:47pm
Este artículo es reproducido por CienciaPR con permiso de la fuente original.


Por Camile Roldán Soto / end.croldan@elnuevodia.com
¿Qué hay en el Corredor Ecológico del Noreste que hace que tanta gente se una en un reclamo incansable por protegerlo? Quisimos saber. Camilla Feibelman, coordinadora de la organización Sierra Club en Puerto Rico nos encuentra en la plaza pública de Luquillo. Vamos en busca de respuestas y ella nos ayudará a encontrarlas. Lleva cinco años viviendo en Puerto Rico. El corredor la trajo aquí.
Comenzó su contacto con la isla ayudando a fortalecer los esfuerzos iniciados hace más de 12 años por líderes locales en defensa de la zona. “Me envolví”, confiesa en español. “Sobre todo por el compromiso de la gente, es impresionante”, sostiene reconociendo su admiración hacia ellos.
Saca un folleto de su mochila llena de barritas de granola, agua y bloqueador solar. Nos enseña un mapa con el área del corredor marcada en el papel. Es una mancha verde que se distingue del resto.
Lo que se conoce como el Corredor Ecológico del Noreste consiste de 3 mil cuerdas de ecosistema costero sin fragmentar entre Luquillo y Fajardo. No hay carreteras ni edificios, excepto por la casa de verano del Gobernador.
En ese sentido es una tierra virgen, hogar de casi 900 especies, 54 de las cuales han sido identificadas como raras, amenazadas, endémicas o en peligro de extinción. Su playa es la segunda más importante (en jurisdicción de Estados Unidos) para el anidaje del tinglar.
Llegamos al balneario Seven Seas de Fajardo. La naturaleza nos da la bienvenida a través de un hueco entre los matojos. Camilla va adelante, confiada. Conoce este lugar en las entrañas de esta Isla como conozco yo cualquier tramo del expreso Las Américas.
El pasadizo de hojas y ramas nos lleva a la entrada de la laguna Aguas Prietas. Los troncos de mangle rojo, blanco y negro brotan del humedal como espadas. La imagen es imponente. De repente me siento como un personaje de ‘El Laberinto de Fauno’. Esto parece una fortaleza.
No estoy tan lejos de la realidad. Al menos la idea en mi cabeza hace sentido cuando Camilla interviene.
“Los manglares son nuestra primera línea de defensa contra tormentas y huracanes. Cuando los destruimos eliminamos esa protección”, explica la bióloga y estudiante de planificación. “Incluso, durante el ‘tsunami’ en Asia las comunidades que habían mantenido sus manglares sobrevivieron mucho mejor que las que lo habían destruido”, comenta nuestra guía.
Seguimos caminando por la vereda donde mucho tiempo atrás pasaba la vía del tren, aunque ya no hay rastros de ella. Escondido entre la maleza hay un pozo, testigo de los tiempos cuando el ganado se paseaba alrededor a sus anchas. El silencio es total. Sólo lo interrumpe el crujir de las hojas cuando pisamos, el canto de algún pájaro o el brinco veloz de un lagartijo.
Un poco más adelante una solitaria pareja de turistas se cruza en el camino. Vienen de alguna playa cercana. Camilla les dice que tengan cuidado. Las aguas parecen calmadas pero pueden ser peligrosas, según advierte uno que otro letrero. Los visitantes se marchan agradecidos y al igual que nosotros, continúan su tránsito a paso lento, absortos entre tanto verdor.
Intento capturar con la vista los detalles. La mariposa amarilla, el juey que se arrastra veloz a su guarida, los insectos rojos que andan por todos lados, las distintas texturas de la vegetación. Camilla se detiene frente a un arbusto de hojas angostas y nos invita a abrir con las manos un fruto redondo y verde que nunca antes había visto ni sabía que existía. “Le dicen piña silvestre”, explica mientras probamos la piña en miniatura.
Un poco más adentro están la entradas a la playas Colorá, Las Paulinas y Escondida o El Convento. La propuesta de los grupos que defienden el corredor como reserva es aprovechar su posición estratégica. En el área que va desde El Yunque hasta el final de corredor se encuentran todas las zonas de vida que existen en Puerto Rico.
En un costado de la playa Convento hay una montañita. Hay que abrirse paso entre el laberinto de arbustos. La lluvia ha hecho crecer demasiado la vegetación. Aquí la vista se rinde entre tonalidades de azul.
Recuerdo el mapa que al principio me mostró Camilla y la propuesta que durante más de una década han impulsado los líderes de la zona y a la cual se han unido tanto el Sierra Club y la National Wildlife Federation (NWF), dos de las organizaciones conservacionistas más poderosas en Estados Unidos.
Se trata de convertir el corredor y sus alrededores, comenzando en el pueblo de Luquillo, en un destino ecoturístico con actividades de bajo impacto como paseos en kayak y bicicletas, pesca recreativa, una vereda que conecte con el El Yunque y dos ecospederías como, por ejemplo, la Maho Bay en la isla de Saint Johns.
Muy cerca de nosotros se encuentra ese complejo turístico, formado por cabañas distribuidas en un área verde (unas más lujosas que otras) casi imperceptibles a la vista, pues su propósito es que los huéspedes se sientan arropados por los árboles. Que tengan esa sensación de bienestar que mis acompañantes y yo vivimos durante el día. Las unidades del Maho Bay están ocupadas y hay lista de espera el 98% del tiempo, afirma Camilla.
“Un millón de personas vienen a El Yunque cada año pero no se quedan aquí. Proponemos una puerta a la naturaleza donde no sólo los ecoturistas sino los que vienen al Conquistador y otros hoteles puedan disfrutarla, especialmente si el Gobierno va a gastar tanto dinero diciendo que es una maravilla mundial”, apunta.
Parada al final del corredor, en el extremo de Punta Chiquita, sentí que mi pregunta halló respuesta. La mancha verde en el mapa es también una maravilla.