La compasión como medicina

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Por Katty Krumhansl / Especial para El Nuevo Día endi.com Los tapones le encantan. Al igual que estar solo, sin teléfonos o en un avión entre desconocidos. Son los momentos en que este médico internista, especializado en infectología, mejor maquina un proyecto, una idea o cómo enfrentar un reto. Para su gran satisfacción, la vida le presenta una buena dosis de retos -y momentos de sosiego- a Javier O. Morales-Ramírez, reconocido doctor puertorriqueño que ha dedicado gran parte de su práctica, originada en la década de los 80, al estudio del VIH, acrónimo de Virus de la Inmunodeficiencia Humana. Por todos sus esfuerzos, el doctor Morales-Ramírez ha recibido numerosos méritos y reconocimientos, siendo el más reciente el “Esperanza Award” otorgado por primera vez a un puertorriqueño por la Latino Commission on AIDS. Esta entidad sin fines de lucro, se dedica al mejoramiento y expansión de investigaciones, tratamientos y servicios entre la comunidad latina de los Estados Unidos, la cual constituye sobre 20% de los casos de VIH reportados en la nación. Hijo de un contable, también escritor, y hermano chiquito del célebre actor, escritor y director de películas Jacobo Morales, este médico e investigador es además un deportista innato, aficionado a los deportes “que no son por tiempo”, dice enfáticamente, ya que según admite, no funciona con ese tipo de presión. “Soy profundamente auditivo y visual y tengo todos los síntomas de ADD (siglas en inglés de “desorden por déficit de atención”). Sólo puedo concentrarme en una cosa a la vez. Más que nada, me oprimen los horarios”. Científico empedernido, el doctor Morales-Ramírez comenzó sus estudios encaminados a definir la condición y encontrar tratamiento adecuado para sus pacientes. “Ahora mismo, el campo de la investigación de tratamientos y la búsqueda por una cura para el VIH/sida se ha puesto sumamente interesante,” comenta el galeno cuyo primer paciente con síntomas de esta condición llegó a su práctica privada en el 1981. En aquel entonces, explica, no se sabía nada, sólo que parecía ser algo infeccioso, que discriminaba a grupos particulares de la población y que atacaba el sistema inmunológico. El VIH fue un reto que enfrentó como todo en su vida: de lleno. “Yo decidí subespecializarme en infectología dentro de la medicina interna, porque me permitía trabajar en muchas áreas y con otros especialistas: cirugía, pediatría, ortopedia, entre otras”. Sin embargo, Morales comenta que cuando comenzó a trabajar con el VIH, se vio solo “porque nadie quería asociarse con esos pacientes. Tenía una práctica privada bien grande, que se fue. Los pacientes del VIH comenzaron a ser marginados, otros médicos me pedían que no los consultase para aquellos casos, los planes no cubrían los tratamientos ni medicamentos de los pacientes y los hospitales los encerraban en cuartos aislados que casi siempre estaban en reparación”. De ahí, dice, nació la compañía que todavía preside, “Best Option Healthcare” que provee servicios médicos en el hogar “cubiertos por los planes médicos principales”, subraya el doctor Morales. Por medio de esta empresa, comenzó a brindarle tratamientos a pacientes que de otra manera no los hubieran recibido. Por otro lado, encontró asociados en farmacéuticas interesados en probar la efectividad de diversos medicamentos y ser parte de un “pool” común de la comunidad científica internacional. “Los afectados por el virus no tenían opciones viables hasta que en el 1996, la farmacología evolucionó al conocido “cocktail” para tratar el VIH. Este tratamiento consistía en tomar unas 25 ó 26 pastillas al día. Hoy, la dosis es de una pastilla por la noche; de vivir dos años, ahora los pacientes pueden vivir unos 35 años con la condición,” explica el también miembro de la Junta de Síndicos de la Universidad de Puerto Rico, su alma máter. “En el presente, la campaña de investigación trabaja con nuevas alternativas como bloqueadores de receptores, decodificadores del virus y otros tratamientos muy prometedores”. Con todo y los prejuicios, discriminaciones y desprecios que el doctor Morales ha experimentado en su carrera, él no daría un paso atrás. “Si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría igual. Claro, con más experiencia. Me sigue motivando lo nuevo, los retos, compartir con los pacientes de quien siempre aprendo tanto. Son ellos quienes me enseñan a ver la vida de otra perspectiva y me imparten lecciones de humildad, de aprecio, de valorar las cosas internas, la familia y ante todo, a ser compasivo,” añade. Este evidente sentido de humanidad es algo que el doctor Morales-Ramírez posee desde niño y que precisamente le llevó a interesarse por la medicina. “Nosotros vivíamos en el Viejo San Juan, en un edificio de la calle San Justo, con la Luna. En el segundo piso, estaba la oficina del doctor Timothet. Cuando iba a su consultorio para algo, siempre era el último en atender, y mientras él iba y venía, yo notaba lo bien que el doctor trataba a todo el mundo. El sabía de todo, de literatura, de música, se convertía en un sitio de aprendizaje. Su cultura y la dulzura con que trataba a la gente me llamó la atención. Luego, ya yo médico, conocí a un reumatólogo, el doctor Del Toro, que tenía los mismos ‘bed-time manners’ que hacen la diferencia en la práctica de la medicina.” Velerista apasionado, explica que, paradójicamente, para él, no hay nada más intenso que los últimos dos minutos antes de la salida de una regata. “Es el momento de más estrés, de más maripositas en el estómago. El corazón se me acelera tanto que no hay forma de bajarlo. La tensión, que si las velas, el viento, no te quieres comer la salida, ese tipo de cosa. Para mi no existe más intensidad,” dice, rememorando tiempos pasados a bordo de su velero “Matojo”, nombrado así en honor a un libro escrito por su padre. Otro deporte que le reta y que practica con su usual desenfreno, es el golf. “Yo creía que era un juego tan fácil, darle a esa bolita. Pues no, conquistar el deporte para mí se convirtió en una obsesión. Es algo que te posee. Hasta me ha llevado a mentir, en ocasiones diciendo que estaba en una reunión mientras le daba a la bola, a veces bien, muchas bieeeen mal. Pero, con la práctica, es algo que ahora disfruto a plenitud”, comenta con entusiasmo. Entre su profesión, los deportes, su “hobby” de fotografía, viajes de placer y trabajo (participa en innumerables simposios y conferencias relacionadas a la infectología alrededor del mundo) y su familia, la vida del doctor Javier Morales-Ramírez es una donde abundan las gratificaciones. “¿A dónde voy? A dónde me lleve la vida, hasta el fin del mundo. Las cosas nuevas me motivan. Quiero seguir viendo pacientes, continuar con las investigaciones que tanta promesa demuestran para los pacientes del VIH y otras infecciones contagiosas, aprender fotografía en blanco y negro. El retiro,” termina diciendo, “¡es abominable!”