Las cotorras de don Tony Rodríguez

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Por: 

Ana Teresa Rodríguez, Universidad del Este
Don Tony junto a su familia / Foto suministrada por Ana Teresa Rodríguez

En el 2007, el Senado de Puerto Rico le hizo un homenaje a mi abuelo, el agrónomo José Antonio “Tony” Rodríguez Vidal, por su ardua labor en favor de la conservación y protección de la cotorra puertorriqueña. Recuerdo que al llegar a su casa para felicitarlo, y de paso hacer una que otra broma política al respecto, me entregó un sobre manila que leía “Don Tony Rodz”. Al abrirlo, encontré un documento de mediados de los años cincuenta. Era su copia sobre el estudio que realizó durante su estadía en El Yunque, en donde advertía al gobierno federal, a lo que hoy conocemos como el U.S. Fish & Wildlife Servicede la amenaza de extinción de la cotorra puertorriqueña, así como de la importancia de que se implementara un plan de conservación para salvarla. Don Tony llegó a estas conclusiones luego de estar internando en el Yunque un poco más de seis meses, estudiando y analizando su hábitat.

Recuerdo siempre bromearle con el hecho del cómo un agrónomo negro mayagüezano había convencido a los gringos que le enviasen al Yunque a observar un ave. A lo que él siempre respondía con una carcajada. A mi abuelo le gustaba mucho reír, y cuando hablaba sobre sus adoradas cotorras se le asomaban todos los dientes y se iluminaba su mirada, así como cuando un padre habla orgullosamente de sus hijos.

A don Tony le apasionaba hablar de muchas cosas, pero algo que realmente apreciaba era cuando los empleados del aviario o algún estudiante de biología se ponían en contacto con él para discutir algún aspecto del proceso de conservación de la cotorra puertorriqueña.  Si tenías la oportunidad de coincidir con estas citas, escuchabas de primera mano no solo los aspectos científicos de su estudio, sino todas esas anécdotas que se pueden tener cuando en plena década de los cincuenta te mudas al Yunque a perseguir cotorras. Entre éstas, la más que atesoro y comparto con el mismo amor y humildad con la que él la contaba es su relato de cómo se hizo  de un asistente de investigación.

Contaba mi abuelo que al llegar al Yunque, reconoció la gran cantidad de tiempo que le tomaría poder identificar los nidos de la cotorra puertorriqueña, por lo que optó de hacerse de un asistente poco peculiar. Amante de Sun Tzu y su “Arte de la Guerra”, se acomodó en lo que sería su hogar por los próximos meses, delineó su estrategia y bajó al cafetín del barrio. En ese lugar preguntó por el mejor cazador de cotorras, a lo que le recomendaron al “señor Carbonero”. Acto seguido, localizó al Carbonero y le preguntó cuánto cobraba por pichón atrapado. El señor Carbonero le dio su precio y mi abuelo lo contrató.

Eso sí, el trato consistía en que Carbonero, como ayudante de campo, llevaría a mi abuelo a los nidos de las cotorras, pero solo se encargarían de contar los pichones, no capturarlos. A su vez, le identificaría a otros cazadores con los cuales haría similar trato. Cuando le preguntaban a don Tony por qué quería asociarse con quienes, a todas luces, aportaban a la mengua de la cotorra puertorriqueña, mi abuelo muy calmadamente explicaba dos razones fundamentales: nadie era mejor que el señor Carbonero y sus aliados para poder identificar con facilidad la ubicación de las cotorras, e identificando al individuo con su entorno ayudaba a reeducarlos y redefinir sus funciones de cazador a conservador. Abuelito siempre agradeció en vida la encomiable labor de sus asistentes del barrio. Yo, como su nieta, reafirmo el orgullo y gratitud que él profesaba hacia un puñado de hombres que supieron sumar y hacerse eco de ese grito de alerta que una tarde empezó en nuestro bosque.

Hoy el país celebra, a más de 60 años que José Antonio “Tony” Rodríguez Vidal diera la primera voz de alerta ante la amenaza hacia la especie, el nacimiento de dos cotorras puertorriqueñas fuera del aviario Iguaca, ubicado en el Yunque. El aviario lleva su nombre en honor a su gestión, y recordar la cara de mi abuelito cuando entró y vio a las cotorras volando a su alrededor, es recordar su sonrisa, voz y el brillo de su mirada. El Señor de los Árboles, incansable labrador de la cultura puertorriqueña, sus bosques y su amada cotorra.

Yo, junto a mi familia, celebramos doblemente este acontecimiento y aprovechamos para rendirle honor a quien en vida nos enseñó a amar incansablemente no solo a la cotorra puertorriqueña, sino también a la patria que la acobija. Gracias don Tony, por ser ejemplo de gallardía y tesón. Gracias por ese grito que inició en el 1950, un largo camino que hoy se agudiza con el nacimiento de dos nuevos nietos.

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