Mi experiencia con la educación ha sido que ni las escuelas públicas están tan malas, ni los colegios privados tan bien como los pintan. Ciertamente hay colegios privados de primera, y escuelas públicas que dan grima. Pero generalizar a favor de las privadas te puede llevar a desperdiciar dinero en una educación mediocre y deficiente, basado en los estándares mínimos de calidad académica.
Claro que los reporteros saldrán, como todo agosto, a informar sobre los problemas en las escuelas públicas cerca de sus canales, por aquello de no alejarse mucho de la estación. Y como el que busca encuentra, hallarán algunas con baños sin papel higiénico y otras sin pintar. A donde no irán es a las escuelas donde, contra viento y marea, los estudiantes salen en las pruebas de aprovechamiento por encima de sus contrapartes en los colegios, y donde los maestros están muy por encima de sus colegas en las privadas. Y jamás irán a los colegios privados llenos de problemas que esconden bajo la alfombra. Muchos son chinchorros académicos para sacarle el dinero a la agobiada clase media, aduciendo una calidad que no tienen. Yo soy producto de escuelas públicas: de primer grado a sexto estudié en la escuela Consuelo López Benet, del barrio Vegas en Cayey, mi intermedia en la Agustín Fernández Colón de Montellano (hoy elemental) y la superior en la Miguel Meléndez Muñoz. Y por lo que me dicen, me prepararon muy bien.
Claro que falta mucho por hacer. El Departamento de Educación de Puerto Rico necesita una implosión en su estructura burocrática, y sacar de allí a los buitres políticos, populares y penepés, que lo han llevado al estado en que se encuentra. Pero mientras tanto, acá abajo en los salones de clase, la lucha la siguen ganando maestros y estudiantes que se superan día a día por un Puerto Rico digno, una patria por la que vale la pena luchar. Y en esa lucha yo he dicho presente.