No existe mejor computadora que el cerebro de un niño. En sólo los primeros años de vida, aprendemos a caminar, hablar, reconocer objetos en nuestro ambiente—en fin, los grandes problemas de la inteligencia artificial son también los grandes logros de la infancia. Pero este aprendizaje no ocurre en el vacío: recibimos gran parte de nuestro conocimiento a través nuestras experiencias de día a día con otros seres humanos. ¿Cómo transmitimos el conocimiento dentro de nuestras propias mentes a las mentes de otros?
Mi investigación se centra en dos temas: (1) las capacidades de niños de hacer inferencias sobre su ambiente a partir de las acciones de otros y (2) los cómputos neuronales que apoyan la transmisión de información de un individuo a otro. Para este fin, utilizo una combinación de modelos computacionales, investigaciones con niños e imagen por resonancia magnética funcional (fMRI).