Doctora boricua siembra milagros médicos en Cuba

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Gabriela Saker Jiménez
El ojo ausente de un niño habanero de tres años motivó a la doctora puertorriqueña Betsy Colón Acevedo a emprender un viaje de solidaridad con Cuba.

En el humilde municipio de Marianao, en La Habana, entre las avenidas 31 y 41, cerca de las muchas salas de parto del Hospital de Maternidad Obrera y de la rutina diaria de los alumnos de Ciudad Escolar, se encuentra un edificio que alberga a quienes padecen de los ojos.

Fue en ese Hospital de Oftalmología Ramón Pando Ferrer, popularmente conocido como “La Ceguera”, donde la doctora mayagüezana de 32 años ofreció su mano solidaria para reforzar la rehabilitación de pacientes con anoftalmia congénita, una condición que consiste en la ausencia de globos oculares por falta de desarrollo.

Todo comenzó cuando dos cubanas residentes en Miami, la veterinaria Mileidy Pérez y su hermana, le contaron a la oftalmóloga puertorriqueña que una familia amiga en Cuba tenía a un niño de solo tres años con ese diagnóstico – un ojo estaba ausente por falta de desarrollo – y el proceso de rehabilitación no había tenido el éxito esperado.

La doctora explicó a NotiCel que un paciente que nace con anoftalmia congénita y no se somete a la rehabilitación requerida, mediante la cual se estimula el crecimiento de la órbita y de la apertura del párpado a través del uso de expansores de acrílico u osmóticos, termina por enfrentar un desarrollo facial inadecuado y asimétrico.

Para ese entonces, Colón Acevedo se encontraba en la Universidad de Duke, culminando su subespecialidad en cirugía oculofacial y reconstrucción de órbita – sus estudios anteriores fueron de biología en el Recinto de Mayagüez y medicina y oftalmología en el Recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico –. Recomendada por una familiar suya, le solicitaron primeramente ayuda para conseguir unos implantes para el pequeño.

“Los conseguí  a través de donaciones de la Universidad de Duke, en adición a suturas y equipo quirúrgico, este último prestado”, comentó la doctora, quien rápidamente se movió para que el niño desconocido pudiera recibir su tratamiento.

Luego de haber perdido el contacto por un tiempo con las hermanas cubanas y la familia del niño, hace aproximadamente seis meses recibió nuevamente una llamada en la que se le pidió que viajara a Cuba para ayudar con el caso.

“[Me hizo] entender lo importante que es tener colegas de todas partes porque aunque como médicos en general podemos manejar la mayoría de los casos, en algunos momentos necesitamos ayuda para el manejo de algunos pacientes”, sacó como conclusión la doctora.

La doctora, que ya había realizado obras médicas en las ciudades de Addis Ababa y Jimma en Etiopía, donde llevó a cabo procedimientos quirúrgicos en hospitales universitarios del país africano, accedió de inmediato a viajar a Cuba, un país del que hasta entonces solo conocía los carros antiguos, la música y su expresidente Fidel Castro.

“Lo vi como una oportunidad única… me preguntaba porqué me necesitaban, porque siempre había escuchado que la medicina en Cuba era de lo mejor a nivel mundial… era una gran oportunidad porque podría, número uno, ayudar a alguien, dos, hacer nuevos amigos y tener nuevos colegas, y tres, conocer un país nuevo del que tanto había escuchado pero nunca había visitado a  pesar de estar tan cerca a Puerto Rico”.

Pero como es común entre gobiernos que aún insisten en viejas enemistades, la intromisión política y la dilatante burocracia impidieron que el viaje se consumara de inmediato. La visa de trabajo tardó meses en llegar, y la institución hospitalaria se mostraba ambivalente ante la posibilidad de que emprendieran el viaje.

Sin embargo, dada la insistencia de la familia, que incluso entabló contacto con la dirección del Hospital, la doctora que actualmente reside en Pennsylvania, junto a su mentor en la Universidad de Duke, el doctor Michael Richard, lograron obtener los documentos necesarios para poder montarse en el avión rumbo a la mayor de las Antillas.

“El plan original era visitar y ayudar en un caso en particular – el del niño de tres años – pero luego de hablar con los médicos del Departamento de Oculoplastía del Instituto de Oftalmología, decidimos evaluar a un total de cinco casos con el mismo diagnóstico. De esos cinco, dos fueron sometidos a cirugía por mi parte y en colaboración con mi colega”, contó.

El objetivo de mandarlos a la sala de operaciones, explicó la doctora, era la posibilidad de reiniciar el proceso de rehabilitación de los pacientes, para quienes esa fase inicial de recuperación había carecido de un progreso exitoso.

El primer día se evaluaron los cinco pacientes, el segundo día, dos de ellos acudieron al quirófano, el tercer día, lideró la etapa de cuidado post operatorio, a la par que presentaron una guía básica para el manejo de condiciones congénitas, y el día cuatro, sin más, marcó la hora del regreso.

“Realmente fue una experiencia muy enriquecedora por muchos motivos. Primero, esto fue un trabajo en equipo entre diferentes nacionalidades y especialidades de forma directa e indirecta. Segundo,  no solo pudimos ayudar a unas familias en particular sino que tuve la oportunidad de expandir mi conocimiento no solo en lo profesional sino también en lo personal ya que es grato poder trabajar con gente tan parecida a Puerto Rico”, dijo.

No obstante, lamentó que circunstancias ajenas a la realidad individual de cada paciente, y al conocimiento y respeto a la profesión de los doctores, pudieran convertirse en factores que impidieran el bienestar de los pacientes.

“Mi impresión fue que por razones políticas, estos no tienen acceso a cierto tipo de materiales que, [aún con] su conocimiento, no pueden obtenerlo”, dijo. Esto se debe a que el bloqueo económico que obstaculiza la comercialización entre Estados Unidos y Cuba hace que la isla no pueda tener acceso a materiales hechos únicamente por el país norteamericano, abasteciéndose así mayormente de suplidores de países como China, Vietnam y Corea del Norte. 

Aun así, la doctora, que admitió haber tenido “dudas” respecto a la medicina avanzada de la que tanto se vanagloria la sociedad cubana, aplaudió la preparación académica de los cubanos. A pesar del poco tiempo, también pudo comprobar que incluso con su infraestructura deteriorada, la antigüedad de sus carros y sus edificios, y sus precariedades, la isla estaba llena de gente “bien hablada y letrada”, y a pesar de las diferencias, pudo sentirse “en casa”. “Cuba tiene muchísimo carisma y un potencial impresionante rico en cultura, historia, arte, medicina”, sostuvo.

Pero si en algo se detuvo a pensar la doctora, fue en la importancia del intercambio de conocimientos y de la internacionalización de los médicos boricuas hacia otros espacios, más allá de Estados Unidos a donde generalmente se dirige el talento médico de aquí. “Creo que aunque es sumamente importante tener relaciones con Estados Unidos, ya que los avances científicos están a la vanguardia y nuestro sistema de salud sigue los mismos parámetros, sí es importante intercambiar ideas con países más parecidos a nosotros, ya que pudiesen haber otros métodos más efectivos y más aún poder tener una mayor cantidad de ideas”.

Al final, para Colón Acevedo, el viaje de solidaridad se convirtió también en una certeza: la necesidad que existe de unificar las islas caribeñas a través del intercambio de conocimiento, separadas, piensa la doctora, por situaciones políticas, desconocimiento, falta de contacto y situación geográfica. 

"Nunca me había planteado el potencial tan grande que tenemos en el Caribe de expandir el conocimiento, en todas las disciplinas, entre nosotros intercambiando ideas y a su vez compartiéndolas con el mundo. Pienso que debería haber una mayor relación no solo con Cuba, sino con República Dominicana, Jamaica y Antillas Menores... Hay tanto profesional, gente con conocimiento y con tantas ideas. Creo que esto es vital para el desarrollo del Caribe en todos los aspectos", recalcó.

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