A la caza de un asesino en serie

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Por Leonor Mulero/ El Nuevo Día Gabriel López Berestein bromea al decir que debe haber nacido con un “chip”. Esa “fuerza propia” - don de pocos porque se nutre de curiosidad, rigurosidad, paciencia y, sobre todo, valentía ante la frustración - es parte esencial del motor que impulsa la entrega que dura ya décadas de este estudioso del comportamiento de los circuitos celulares humanos y de su lucha por encontrar herramientas científicas que combatan el mal del descontrol celular. “Mi objetivo es curar cáncer”, declara sin rodeos este hombre de sonrisa fácil. A este hijo de Cuba, adoptado por Puerto Rico a los 12 años, en 1960, gusta de los museos, le fascina el arte hispanoamericano y tiene apego especial a artistas puertorriqueños como Antonio Martorell y Wichie Torres. Pero, entregado al microscopio, dedica su vida a buscar, pasito a pasito y con perseverancia, conocimientos que provean aliento a los afectados por alguna de las variadas manifestaciones del cáncer. Los alrededor de 25 años de trabajo incansable de este científico han producido tratamientos que contribuyen al control del cáncer o al alargamiento y mejoramiento de la calidad de vida de los que padecen esa enfermedad que es genética porque está atada al descontrol de los genes. “En la investigación una cosa lleva a la otra. Estás constantemente en búsqueda de conocimiento. Necesitas mucha disciplina y paciencia y más resistencia a la frustración cuando ves a los pacientes morir y sabes que no tienes la respuesta final. Lo que mueve a uno es la vida y la muerte. Sabemos que no somos inmortales y que vamos a morir. Pero, como en todos los campos, en las ciencias queremos avanzarnos como humanos, quieres cambiar la calidad de vida”, expresa el científico del prestigioso Centro de Cáncer de M.D. Anderson, de la Universidad de Texas, en Houston. Junto a su equipo de trabajo del M.D. Anderson, López desarrolló el medicamento Liposomal-Amphotericin B (Abelcet), una droga a base de partículas de grasa que destruye más eficientemente el hongo que desarrollan pacientes con leucemia al bajarles las defensas del cuerpo. El desarrollo de esa droga comenzó en 1981 y no fue sino hasta 1996 cuando la Administración de Alimentos y Drogas la aprobó. Ese descubrimiento despertó el interés del investigador y su equipo por los transportadores de drogas y, al cabo de 20 años, descubrieron cinco agentes de quimio y bioterapia que interfieren con el RNA para atacar el cáncer. Esos agentes están en distintas fases de experimentación. Mediante experimentos con animales se pudo desarrollar el sistema Sirna para tratar tumores, especialmente el cáncer de ovario, que se espera que en el 2007 tenga sus primeras dos drogas en el mercado. El científico médico trabaja incansablemente en el desarrollo de un mapa genético de cáncer con categorías de cada tipo de tumor, lo que espera facilite la selección de los agentes contra cánceres específicos. “Espero que llegue el momento en que podamos controlar el cáncer a largo plazo. No podemos controlar la diabetes ni la hipertensión, pero esos pacientes pueden tener una vida perfectamente normal controlando esas enfermedades. Queremos hacer lo mismo con el cáncer. Estamos muy cerca del mapa genético y el poder de computación nos ayudará a entenderlo mejor”, expresa el galeno. López también es ficha clave en el proyecto del Centro Comprensivo de Cáncer de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Ciencias Médicas, una abarcadora iniciativa auspiciada por el Instituto Nacional del Cáncer que promueve la investigación, la enseñanza, el entrenamiento, el tratamiento y la prevención de cáncer en Puerto Rico. El proyecto, que tiene como mentor también al M.D. Anderson, surge del interés por disminuir las discrepancias en la prestación de servicios de salud entre la población general y las minorías. Se busca crear socios investigativos en sectores minoritarios que, entre otras cosas, provean nuevas fuentes de conocimiento y tratamiento. El Centro en Puerto Rico, que tiene planes de construir nuevas instalaciones, ha dado vida a por lo menos dos descubrimientos importantes. El doctor Abimael Rodríguez trabajó en la producción de derivados del coral que actúan contra tumores cerebrales. La doctora Maribel Tirado ha desarrollado el uso del romero para el tratamiento de leucemia. López se inclinó hacia las ciencias desde la escuela elemental. “Era una fuerza propia en la que yo nunca pensaba: simplemente estaba allí”, relata. Hizo sus pininos científicos en el Colegio Perpetuo Socorro, donde estudió hasta escuela superior cuando su familia, de padre vasco y madre cubana, se radicó en Miramar. Allí combinaba las tardes de playa y los juegos de tenis, con las investigaciones que los maestros de ciencias, como las “sisters” María de la Cruz y Frances Marie, asignaban a equipos de estudiantes. Como si fuera hoy, el galeno recuerda y hasta hace dibujos de la disección del sapo, la regeneración del gusano planaria y los experimentos con agua de charcas para buscar organismos unicelulares. Tras graduarse de escuela superior, López terminó en tres años, en 1969, el Programa de Premédica de la Universidad de Puerto Rico. Como su padre era vasco, el joven se fue a estudiar medicina en la Universidad de Navarra, en Pamplona, España, donde laboró en las áreas de laboratorio e inmunología. En Pamplona, la pasión por la investigación médica superó la fiebre por los toros. Mientras otros se lanzaban a las calles en el frenesí de las famosas carreras de bestias desbocadas, que se celebran cada julio en honor a San Fermín, López se adentraba más en su interés por la investigación médica trabajando durante los veranos en el Hospital de Veteranos en Puerto Rico en investigaciones de inmunología y epidemiología. ¿Cómo se decidió por la investigación del cáncer? “Eso es como el amor a primera vista. Hay un momento en que las cosas hacen ‘click’”, contesta. Había contemplado dedicarse a la neurocirugía. Pero, durante su segundo año de estudios de medicina en España, el profesor de patología médica, Bernardo Fidalgo, fue una influencia fundamental. En aquel momento, “tuvo mucho que ver la curiosidad científica porque yo no había visto a pacientes de cáncer”, comenta. Sin embargo, tras cuatro años en España, López no quiso entrar de lleno a realizar investigaciones de cáncer sin conocer de primera mano la enfermedad y su efecto en los pacientes. De regreso a Puerto Rico, hizo su residencia en medicina interna durante tres años en el hoy Hospital Municipal de San Juan. López no habla de sus pacientes, en parte por la privacidad y en parte por la defensa que ha desarrollado para tratar de sobrellevar los casos de frustración. Para el científico, cada paciente, el que sobrevive o el que perece, es igualmente valioso. “Todo paciente afecta a uno. Son experiencias únicas que te van formando”, señala. Para poder dedicarse a investigar había que ir a Estados Unidos. Dio el paso hacia M.D. Anderson con la recomendación de Norman Maldonado y Rossel del Toro, entonces director médico y jefe de medicina en el Hospital Municipal, respectivamente. Tomó la decisión final en 1979 por su amigo oncólogo Fernando Cabanillas, quien estaba en el M.D. Anderson, y le aseguró que allí podía dedicarse a investigar la inmunología. “Eso es a pulmón”, sonríe el doctor al recordar que sólo contaba con su sueldo y que tuvo que esperar a los 34 años de edad para empezar a investigar propiamente. Luego, incluso, tuvo que dedicarse durante cinco años más a desarrollar sus propias áreas de investigación y conseguir asignaciones de fondos para sus proyectos. “Se conoce como ‘delay gratification’”, bromea el galeno sobre la inmensa inversión de tiempo y esfuerzo antes de ver los resultados en todos los aspectos. López contrajo matrimonio en 1974 con su esposa Sonia, una puertorriqueña que estudió literatura y filosofía en Francia. Tienen un hijo, Gabriel, un oncólogo de 28 años. El científico dedica el 90% de su tiempo a la investigación - tiene un laboratorio para biología molecular y transportistas de drogas en el M.D. Anderson - y el resto del tiempo atiende a pacientes y enseña a estudiantes doctorales y postdoctorales de distintas partes del mundo. Viaja mucho como parte de su trabajo, aunque tiene un apartamento en San Juan y en ocasiones va a Isabela a “relajarme, pensar, leer”, mientras observa la actividad de “surfing”. Es aficionado a la literatura sobre los asesinos en serie, tanto los populares “best sellers” como los trabajos psicológicos serios que explican los factores que motivan esa conducta destructiva. López está convencido de que en la lucha contra el cáncer “en 20 años hemos aprendido más de lo que hemos hecho en 1,000 años. Yo estoy contento con lo que he hecho y volvería a repetir lo que hice sin pensarlo. Me gustaría pensar que contribuí en algo al mejoramiento del paciente de cáncer”.

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