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Compartiendo la ciencia detrás de la salud, la enfermedad y el bienestar

Por qué fui voluntario de vacuna contra el COVID-19

Imagen de Samuel L Díaz Muñoz
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Publicado originalmente en la sección de Opinión de El Nuevo Día como parte de la colaboración entre CienciaPR y ese medio.

El sábado anterior me informaron que fui uno de los voluntarios que recibió la vacuna de COVID-19 (no el placebo) en los ensayos clínicos de la compañía Moderna entre agosto y septiembre de 2020.

Mi participación y la de miles de otras personas ayudarán a la ciencia a entender aspectos importantes de la vacunación contra el coronavirus. ¿Cuánto durará la protección de las vacunas? ¿Las personas que estamos vacunadas podemos transmitir el virus? Por los próximos 25 meses, los voluntarios seremos centinelas para esclarecer si hay efectos secundarios a largo plazo, cuándo nos podremos quitar las mascarillas y podremos volver a abrazar a nuestros viejos.

Tras compartir en mis redes sociales que participé del ensayo de Moderna, una amiga me dijo: “Gracias por tirarte a ciegas para probar las vacunas”. Otros me comentaban “Qué valiente eres por participar”. La verdad es que ni me tiré a ciegas, ni soy tan valiente. El camino era tan claro como el amanecer en Punta Guilarte. La luz de la ciencia me aclaró cualquier miedo. Sabía que mi mayor contribución como científico puertorriqueño era participar de estos ensayos.

Como virólogo, sé de las décadas de investigación detrás de la vacuna. Conozco profesionalmente a los científicos que la desarrollaron, y entiendo cómo funcionan. No solo tenía claros los beneficios de las vacunas, sino cómo la ciencia podía sacarnos de las tinieblas del COVID-19.

Sabía que esto no era, o un catarrito o te mueres, y que hay muchas complicaciones. Entre 78-88% de los pacientes “recuperados” del COVID tienen daños en su corazón y pulmones, aun meses después de salir del hospital. Aproximadamente dos de cada 10 personas a las que les dio COVID “leve”, ahora batallan con migrañas y fatiga por meses. Luego de padecer de COVID-19, hay atletas que no puede subir las escaleras sin parar a tomar aire, personas a las que diez meses después literalmente no les huelen las azucenas.

Al pensar en todo esto, la ciencia servía de lumbrera. Los riesgos de recibir una vacuna, entonces experimental, eran muy aceptables en comparación con la certeza de que sin ella podría contraer una enfermedad que, si no te liquida, sus efectos pueden ser severos y durar por meses (y quizás años). Tal como la ciencia guio mi decisión de participar en el ensayo, nos iluminará el camino como pueblo para salir de la pandemia.

El inicio del fin de la pandemia está aquí. En Puerto Rico se han vacunado decenas de miles de personas. Aunque ha habido traspiés, no hemos visto vacunas languideciendo en congeladores, ni dosis perdidas o destruidas intencionalmente, como ha ocurrido en Estados Unidos.

Puerto Rico es generoso y sé que, tal como en el pasado hemos dado cátedra con nuestra solidaridad, esta vez nos vacunaremos, por nuestra familia, nuestros vecinos, y los más vulnerables que no pueden. También sé que somos un pueblo cariñoso y que lo más que nos duele de esta emergencia es no poder estar cerca de los que queremos. Creo firmemente que podemos ser los primeros en lograr vacunar a más del 70-80% de la población, dando paso a la inmunidad colectiva, y en unos meses celebrar de lo lindo. Con la luz de la ciencia por delante.

El autor es Catedrático Auxiliar en la Universidad de California, Davis, y miembro de Ciencia Puerto Rico. Ha donado la compensación por participar en el ensayo clínico a la Coalición para la Vacunación de Puerto Rico VOCES.

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