Científica, diplomática y boricua

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Yalixa Rivera Cruz
Colón reconoce que como parte de la diáspora puertorriqueña en Washington, se siente responsable y comprometida con ayudar desde su posición a Puerto Rico. (André Kang)

Francés Colón es una científica puertorriqueña fuera de lo común. Su pasión por ayudar a la comunidad científica latina y de unirse al servicio público, la hizo cambiar el cerrado espacio del laboratorio por  la  diplomacia, y a convertirse en una especie de embajadora y representante  de su profesión en todo el mundo.

Graduada de bachillerato y maestría de la Universidad de Puerto Rico en biología e investigación, respectivamente, Colón hoy es la diputada adjunta de ciencia y tecnología del secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry.

Cuando se estableció en Boston para continuar estudios doctorales en Neurobiología del Desarrollo, grado que completó en el 2004 en la Universidad de Brandeis, aún no reconocía que sus ansias de servir y de contribuir a través de su profesión la llevarían a construir una exitosa carrera diplomática, como portavoz de las políticas  científicas, de energía y ambiente del gobierno  de Estados Unidos.

Pero, una vez llegó y se integró a su nuevo entorno, se dio cuenta de que hacía falta un voz que abogara por la comunidad científica latina y, que como minoría, se interesara en proyectos de filantropía.

Hoy día, Colón  reconoce que como parte de la diáspora puertorriqueña en Washington, se siente responsable y comprometida con ayudar desde su posición a Puerto Rico.

¿Dónde nace tu vocación de servir a la comunidad científica fuera del laboratorio convencional?

En Puerto Rico tú no eres latino, tú eres puertorriqueño y todo el mundo alrededor tuyo es igual a ti. Cuando yo llego allá, comienzo a crear lazos y crear afinidades con la comunidad latina. Es ahí que nace mi interés  de envolverme con la sociedad civil y de trabajar para mejorar las condiciones en torno a los diferentes temas relacionados a las ciencias.

Cuando estás fuera de Puerto Rico, en  mi caso en Boston, tienes una identidad.  Allá, era una latina haciendo un doctorado en ciencias. Como minoría, tú llevas una etiqueta, para bien o para mal. Eso te ayuda a identificar dónde están las desigualdades y a saber en dónde, con tu 'expertise', puedes hacer la diferencia. Desde mi perspectiva, me apasionaba mucho hacer una diferencia.

Me di cuenta que aunque en Puerto Rico sí me involucraba en proyectos de la universidad y fui activa en ayudar a la comunidad estudiantil, realmente no me dada cuenta de que eso, también, era activismo social.

¿Cómo llegas a trabajar como diputada del Departamento de Estados de Estados Unidos?

Yo sabía que quería hacer una diferencia y utilizar las ciencias como una herramienta, pero no quería seguir en el área de investigación. Entonces, en el 2006 me fui a Washington D.C. porque me seleccionaron para una pasantía de política pública científica, como parte del programa American Association for the Advancement of Science. Bajo esa iniciativa, lo que se busca era parear a los científicos con las agencias de gobierno que necesitan asesoría en política pública y cuyo impacto fuera en las ciencias. A través de un pareo, a mí me tocó trabajar en el Departamento de Estado. Desde entonces, he trabajado en la política pública científica internacional de los Estados Unidos, que incluye las relaciones con los otros países específicamente en los temas de   ciencia, tecnología e innovación.

¿Cómo tu trabajo se materializa en un impacto directo para los ciudadanos?

Yo lo que busco es que los científicos de Estados Unidos y Puerto Rico encuentren áreas de afinidad para cooperar con científicos de otros países.

La ciencia es una de las disciplinas que no conoce fronteras, especialmente, cuando se trata de asuntos ambientales, cambio climático, independencia energética y agricultura sostenible, en fin, tengo relación con cualquier asunto que envuelva la ciencia, la tecnología y la innovación. Si te pones a ver son temas cuyas soluciones repercuten sobre millones de personas. La idea es maximizar el conocimiento y el impacto que tenemos los científicos, conectándonos con profesionales de todo el mundo.

¿Cuál fue tu primera encomienda?

Cuando entré, comencé a trabajar con los sistemas de educación de los países del Medio Oriente, en las áreas de ciencias y matemáticas desde kinder hasta escuela superior.  Tuve que coger clases de árabe porque yo iba a negociar con los ministros de educación de esos países. Tenía que hacer   que sus currículos fueran más orientados hacia una experiencia educativa más activa, de interacción directa entre el estudiante y el maestro, como  respuesta a los resultados que se habían visto en Estados Unidos con la implementación de  este sistema educativo. Me tocó llevar esas lecciones aprendidas a las reformas educativas de muchos de esos países, en ese lado del mundo. Ellos querían que sus estudiantes se formaran a través de una educación más participativa.

De entrada, el ser latina, bicultural y bilingüe,  me facilitó esas comunicaciones y relaciones con esas culturas orientales. Ellos son muy parecidos a nosotros los latinos, son muy familiares y afectivos.

Estuve dos años en eso, y en ese tiempo, logramos impactar a cientos de maestros que a su vez sirvieron de ejemplo y adiestradores para sus compañeros.

¿Qué hiciste luego?

Luego me movieron al negociado del hemisferio occidental que cubre las Américas y el Caribe, desde Canadá hasta la Patagonia, como Asesora de Asuntos Científicos y Ambientales. Ya aquí, estaba más afín con mi cultura y mi idioma (español) por lo que fue más fácil. Aunque la cobertura  de mi trabajo era más amplia, el enfoque se volvió hacia el cambio climático de la región. Específicamente, trabajé con la Alianza de Energía y Clima para Las Américas que creó el presidente Barack Obama en el 2009.

La alegría más grande que me queda de esa labor fue la creación de una junta de consultoría para las Américas, donde convergen expertos de Estados Unidos de las diferentes áreas que envuelve el cambio climático y provenientes de distintos sectores como organizaciones sin fines de lucro, del sector privado y académico. A ellos, yo los recluté para que fueran parte de un equipo de consultores para las Américas. Teníamos un presupuesto y los países de la región que querían que ellos los visitaran para recibir una consultoría sobre energía o cambio climático, los enviábamos para que esos expertos pudieran compartir sus hallazgos y conocimiento.

¿Cuáles eran las principales peticiones de los países relacionadas a los temas de energía y ambiente?

Si tú supieras que más que pedir ayuda monetaria, ellos lo que buscaban era hacer contacto con nuestros expertos (estadounidenses),  ya que hemos  invertido tanto en la educación universitaria, donde hay un sinnúmero de expertos, científicos y educadores de tan alto nivel, que ellos lo que buscaban era que se les compartiera ese conocimiento e información. Buscaban tomar ventaja y acortar tiempo con los descubrimientos que ya nosotros  tenemos y  aplicarlos en sus respectivos países.

El programa ha evolucionado y ahora cuenta con subvenciones federales para realizar investigaciones y proyectos en conjunto con otros países.

¿Qué conlleva tu nueva posición?

Hace tres años fui nombrada diputada adjunta de ciencia y tecnología del secretario de Estado  John Kerry  y, actualmente, me desempeño como asesora interina del Secretario, ya que desde julio el cargo está vacante porque el asesor que estaba terminó su cargo y aún no ha sido nombrado el nuevo asesor.

Todo lo que trabajamos es muy amplio, pero yo me he encargado  de cómo hacer que la mujer científica avance a nivel global. Queremos que la mujer científica se apodere. También, trabajamos con la diáspora científica en los Estados Unidos. Buscamos formas de ayudarlos a que a través del trabajo que hacen puedan ayudar a sus países. Trabajamos con innovación, en cómo ayudar a los países a desarrollar el empresarismo en este sector. Muchos países nos ven y admiran por lo que hemos hecho en Silicon Valley y ellos también quieren tener uno. La petición número uno que tenemos es cómo ellos pueden agilizar los ecosistemas de innovación en sus países. Nos preguntan cómo ellos pueden desarrollar esa cultura de innovación.  Lo principal es que ellos saben y reconocen que tienen el talento, pero no saben cómo comercializarlo y que esa actividad resulte en empleos y beneficios  para el desarrollo económico de sus respectivos países.

¿Qué se requiere para que los países fuera de Estados Unidos puedan tener su “Silicon Valley”?

Primero que todo, tienen que abordar sus leyes de propiedad intelectual. Tienen que tener creada una infraestructura para proteger al innovador de la bancarrota. Tienen que mejorar su cultura de tomar riesgos.

Por ejemplo, en Estados Unidos la cultura del fracaso no se ve como algo negativo. Fracasar en muchas ocasiones es lo que  te lleva al éxito. Sin embargo, en muchas culturas fracasar tiene un estigma negativo y no es bien visto.

Más que enfocar nuestra conversación en el desarrollo de programas de ciencias y tecnología, buscamos que los países desarrollen una cultura de tomar riesgos. Se puede fracasar pero después hay que levantarse.  Steve Jobs (fundador de Apple) fracasó muchas veces hasta llegar a dónde llegó.

¿Cómo ves el movimiento de innovación que se está desarrollando en Puerto Rico?

Me encanta. Me parece que Puerto Rico tiene mucho potencial en la tecnología y en la innovación. Creo que de aquí van a salir proyectos muy grandes, pero también creo que tenemos que potenciar, habilitar, catalizar y ayudar a esa comunidad. Estoy conectada con muchos de ellos ya, y en lo que yo puedo, yo los ayudo. Cuando veo que se abren oportunidades y subvenciones que pueden servir para que esos grupos se beneficien, paso la información. El problema, precisamente, es ese que  a veces la información no fluye tanto como quisiéramos.

¿Cuál consideras es la mejor forma de ayudar a Puerto Rico desde lo que haces?

A través de la diáspora. Como puertorriqueños en el exterior, vemos como una responsabilidad continua el ayudar a nuestro país. Sentimos orgullo en hacerlo. Cuando tenemos un contacto o conocemos una oportunidad que sabemos es buena para Puerto Rico, lo que queremos es que eso llegue y fluya hacia la Isla. Porque aquí hay programadores, expertos en tecnología y los recursos para reinventarse, siempre lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo. Yo veo ya que Puerto Rico se está reinventando. Veo que el futuro de Puerto Rico va a quedar en manos de esta generación que se está reinventando y que se está integrando a ese marco económico global.

A través de la tecnología, ya las barreras de distancia no existen. Todo opera  en una economía de conocimiento global y Puerto Rico está jugando en ella como uno de los protagonistas.

(La versión completa de esta entrevista publicó en la revista Negocios de El Nuevo Día del domingo 15 de febrero) 

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