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Soberanía alimentaria y resiliencia frente al COVID-19

Imagen de Uriyoan Colon-Ramos
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Publicado originalmente en la sección de Opinión de El Nuevo Día como parte de la colaboración entre CienciaPR y ese periódico.

A principios de marzo, empecé a recibir emails y textos de colegas científicos: “Prepárense para permanecer en casa al menos dos meses. Asegúrense de que tengan suficiente comida”.

Al principio me pareció un poquito ridículo. No es lógico que a causa de un virus se fuera la luz, o haya escasez de alimentos. Pero acá en Maryland donde resido, la comida pronto desapareció de los supermercados para mediados de marzo. Esto me transportó instantáneamente a un Puerto Rico después del huracán María, aunque el contexto era menos surrealista, porque no había olor a hongos ni a alimentos podridos, ni neveras dañadas con cosas derretidas en la obscuridad.

Al ver las góndolas vacías, me decía: “esto es ansiedad colectiva: un “panic buying’ temporal”. Me ponía a pensar en el sistema alimentario: esa intrincadísima red que conlleva pasos desde que se produce el alimento hasta que se vende a los consumidores. Me aseguraba a mí misma: “Lo único que se ha afectado es que los consumidores están comprando más por el momento. Ya volverán las aguas a su nivel. Nada de qué preocuparse”.

Pero, a riesgo de convertirme en pájaro de mal agüero… ¿qué sucederá con nuestra alimentación en Puerto Rico conforme avanza la pandemia? Los expertos que estudian los sistemas de alimentación proyectan que eventualmente sí habrá un golpe a escala global. Cuán fuerte lo sintamos en Puerto Rico dependerá de cuán preparados estemos para enfrentar ese golpe.

En un sistema alimentario como el de Puerto Rico, que depende casi en su totalidad de un comercio basado en importación y embarcaciones de Estados Unidos, nuestra alimentación es altamente vulnerable a cualquier desastre. Lo vimos posterior a los estragos del huracán María, que interrumpió las importaciones y el transporte dentro del archipiélago, y destruyó lo poco que producíamos localmente. Nuestro sistema alimentario colapsó: nos vimos dependiendo casi enteramente de alimentos pre-enlatados, en su mayoría altos en sodio, grasas saturadas o azúcares añadidas—bombas de tiempo para nuestro ya alto riesgo de diabetes e hipertensión.

¿Cómo podemos hacer para crear un sistema alimentario boricua más resiliente y robusto, que no dependa de calorías baratas, vacías e importadas, en tiempos de emergencia y estrés? Aunque, dada nuestra situación colonial, parte de esto dependerá de lo que haga Estados Unidos para promover el comercio internacional (algunos están hablando de una exención de la Ley Jones durante la pandemia), más importantemente como consumidores nos urge promover y patrocinar a los agricultores y agro-empresarios boricuas, y como ciudadanos nos urge demandar a nuestro gobierno que instale mecanismos para la protección de estos sectores, para que puedan aumentar la producción y distribución de alimentos locales.

Tomando el ejemplo de Italia, las fincas, pescaderías y acuacultura locales se pueden proteger y estimular con paqueteseconómicos, entre ellos, la condonación de pagos de hipotecas, tarifas e impuestos durante este tiempo. O tomando el caso exitoso de China, el gobierno puede promover las compras de productos locales con entrega subsidiada a domicilios entre los más necesitados. Los prototipos ya existen en Puerto Rico (ver, por ejemplo, PRoduce), para promover plazas de mercados virtuales.

Puerto Rico merece un sistema de alimentación que cuente con múltiples opciones para alimentarnos sanamente, hoy, y frente a cualquier crisis. Nos merecemos y tenemos la capacidad de establecer un sistema que utilice el conocimiento local de nutrición, agroecología, sistemas de agua, entre otros, para contribuir menos al calentamiento global. Nos merecemos un sistema de alimentación soberano y resiliente.

La autora es Catedrática en Nutrición y Salud Global, George Washington University.

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